AL DÍA
Carta a un hijo adoptivo de León
ANTONIO: Desde los tres años, has estado residiendo en tu León en la mirada , que te arrastra a una doble ontología del morir y de la luz, propiciándonos el deslumbramiento ante «una poética genial, irrepetible y personalísima», como dejé dicho en otro lugar. Quedan sobre las paramedas desoladas de tus pérdidas, esos poemarios esenciales y solemnes, desde Descripción de la mentira a Arden las pérdidas , junto a los tres volúmenes Edad, Esta Luz y Sílabas Negras, acogedores de toda tu obra. Desde esa clave ontológica, emerge la poderosa luz que nos ofrece la belleza de la palabra tomada en sí misma, que te arrastra al ensueño, o a la retracción, o al miedo existencial, asumidos desde un brillante simbolismo que nos acerca a Mallarmé o al expresionismo desgarrado de un Goya, salpicado de estratos musicales. En ese último poemario que es Cecilia , has quebrado moldes, disipas el entenebrecido transmundo gamonediano de las desapariciones, y nos reconduces a la placidez de la luz, a través de esa hermosa niña, de ocho años, que en ocasión muy solemne te acompaña, asida a tu mano y te arranca hermosas y dolientes palabras. Ella te supone un milagro y el misterio que te desprende de tus cataclismos interiores y te satura de un esplendor último y salvífico. Tu León de la mirada cobra hoy un especial matiz de emociones y, de alguna manera, cierra un espacio de cincuenta años de entrega poderosa a la poesía, y a un colmarte de amor apasionado por esa ciudad tuya, en la que yo estreno tu amistad un ya lejano verano del 72. Con el referente de esa puntualización, en este nuevo y gozoso momento, en el que te acompañamos, de tu nombramiento de Hijo Adoptivo, junto a la profunda satisfacción por todos tus méritos, culminados en el Cervantes, quiero mostrarte el afecto renovado hacia ti, hacia María Ángeles tu esposa, hacia tus tres hijas, y para esa amada nieta que constituye la metáfora más hermosa que queda incrustada en tu vida y en tus versos.