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Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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SI LAS ENCUESTAS sirven para algo, la del CIS que hoy se publica debería ser un severo toque de atención a nuestra clase política. No hablo de la intención de voto, porque a estas alturas se puede mover por factores hasta hoy imprevisibles: el desarrollo de las economías privadas y sus efectos psicológicos, las ofertas de los partidos y la evolución de los indecisos, cuya inclinación final será la que decida el desenlace. Hablo de la valoración de los dirigentes políticos, que una de dos: o tiene un mal sistema de medición, o denuncia que este país sufre una importante crisis de liderazgo. Quizá sea poco justo escribir esto, pero resulta que el presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, con todo su protagonismo político, social y mediático, no logra el aprobado y sufre el bochorno de ver que algunos de sus ministros le superan en calificación. Si las encuestas recogieran de verdad el estado de la opinión pública, una valoración así sería para pensar en la renuncia. Y resulta que, por la banda de la oposición, el principal aspirante a la presidencia, Mariano Rajoy, sigue siendo superado en aprecio social por políticos regionales. Y no sólo eso: un 75 por ciento de los entrevistados manifiestan no tener ninguna confianza en él. Sin embargo, a pesar de estos varapalos, Zapatero es el gran valor electoral del socialismo, y Rajoy el candidato del Partido Popular al que nadie hace sombra. Sé que Rajoy tiene más cariño de los suyos que Zapatero de los votantes del PSOE. Sé que ambos, sobre todo Rajoy, sufren los efectos del gran rechazo de los nacionalistas, con el resultado de disminuir la nota media. Y sé recordar que José María Aznar, con una mala valoración en 1996, le ganó las elecciones a un mítico Felipe González. Pero eso sólo sirve para justificar los suspensos. En absoluto impide anotar que este país carece de políticos de amplia aceptación popular. Disfrutan de un amplio nivel de conocimiento, son muy queridos por sus fieles, pero no logran traspasar los niveles altos del aprecio de la sociedad. ¿Cómo se explica esto? Sólo de una forma: a una auténtica veneración de sus propios votantes, corresponde un fuerte rechazo del votante contrario. ¿Y saben por qué se produce ese efecto? Por la crispación; por el rencor que destila el discurso político general; por la negación a descubrir algún mérito o algún acierto en el adversario; y por el desencanto que provocan debates como el del miércoles sobre política exterior, donde el insulto sustituyó escandalosamente a la discusión documentada. Ante comportamientos así, el ciudadano da la espalda a sus dirigentes y les dedica cualquier valoración política, menos una: la de otorgarles un gran consideración. 1397124194