Diario de León

TRIBUNA

El leonés, las lenguas de España y otras lenguas

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NUE STRO PAÍS está atravesando una de las etapas más importantes y decisivas de su historia reciente. Después de una larga dictadura y un pasado con una economía y unas estructuras sociales empobrecidas, hemos alcanzado ese mundo de las libertades públicas y una economía floreciente, que nos han hecho pasar de un país pobre a un país rico. Parece que nos sentimos liberados del yugo de los dictadores y de la pobreza material. Ahora queremos disfrutar de una autonomía individual y social, como el joven que, recién independizado, busca afirmarse en su nueva conquista, en su mayoría de edad. Entonces cada pueblo siente la necesidad de identificarse con lo que es específicamente suyo. Y aquí tropieza con una primera trampa: querer aprovechar esa independencia y esa autonomía para centrarse en lo que le diferencia de los demás, en vez de buscar lo que le une. Las lenguas de España, una realidad como otras muchas, se están utilizando, en buena medida, para separar unos españoles de otros, para afianzar lo mío, lo personal, mi lengua local, frente a lo de todos, nuestra lengua nacional e universal. Estos nacionalismos excluyentes demuestran una falta de solidaridad y de madurez mental, pertenecen a etapas más primitivas de la evolución, por lo que representan un peligro para la integración y la convivencia sociales. Cuando uno se identifica con lo menor, poniéndolo por encima de lo mayor o excluyéndolo, por ejemplo, lo local frente a lo nacional, o lo nacional frente a lo planetario, es porque vive aún en esas etapas primitivas, ya que lo mayor incluye a lo menor (y debe respetarlo), pero no al revés, lo menor nunca incluye a lo mayor, y con frecuencia tampoco lo respeta. Pongamos el ejemplo del niño, que en su primera etapa, se identifica exclusivamente con lo que le rodea inmediatamente. A medida que crece y evoluciona, se extiende su horizonte de identificación. Eso ocurre con los pueblos, los más primitivos no suelen ver más allá de su ombligo, como un medio de supervivencia, pero a medida que progresan, han de expandir sus horizontes identificándose con realidades superiores, como lo nacional, lo planetario, si desean que ese progreso sea real y fructífero, y no una involución. Vivimos en un mundo que tiende, por naturaleza y por un imperativo categórico de la propia evolución, hacia la integración y la síntesis. En este sentido las muchas, muchísimas lenguas que se hablan en el mundo, representan un evidente obstáculo hacia esa integración, porque impiden la comunicación más usual entre los pueblos. No sabemos hacer un uso adecuado de ese medio tan valioso que la naturaleza nos ha dado y que el hombre ha conformado: las lenguas. El primer uso es la comunicación. Por eso, por pura lógica, mientras más universal sea una lengua, más útil es como medio de comunicación, y más sirve para integrar y unir; y mientras más local es, menos útil es y menos integra. Los pueblos donde hay un nacionalismo excluyente, suelen utilizar sus lenguas nacionalistas para diferenciarles de los demás, es decir, para separarse del resto. Esto es, a mi juicio, la prostitución de una lengua, ya que ésta ha de servir para comunicarse y unir. Por eso, las lenguas no pueden tener, en una sociedad adulta, el mismo rango y la misma categoría, ya que las lenguas universales, como el español, tienen y han de tener un uso mayor, sencillamente porque son más útiles, porque unen a más pueblos; las lenguas locales tienen y han de tener un uso más restringido, porque unen menos, e incluso a veces separan. Por tanto, el uso de las lenguas locales en la misma medida que las universales es, hoy, un anacronismo, un retroceso, una involución, un infantilismo. No se trata de despreciar las lenguas locales, sino de asumir que, por lógica y utilidad, su uso ha de ser más restringido. Eso ocurre en países como Alemania y Francia. Después de estas reflexiones, ¿ha de tener algún sentido reivindicar el leonés? En mi opinión, no. Expreso estas ideas con el mismo derecho que otros están expresando las suyas respecto a la enseñanza del leonés en la actualidad, y con el deseo de invitar a una reflexión seria y responsable sobre el uso de las lenguas, teniendo en cuenta que su función, hoy, en un mundo cada vez más interconectado, no es la misma que en el pasado, un mundo dividido (de ahí nacieron las diversas lenguas, la Torre de Babel). Sin ánimo de ofender a nadie, me parece una rabieta infantil reivindicar el leonés, en un territorio donde tenemos la dicha de tener como lengua madre, el español, una de las más universales. Otra cosa es reivindicar las danzas, los bailes y las canciones del pasado, la lucha leonesa u otro aspecto de nuestra cultura que siempre han estado vivos y han servido para regocijarse, pero una lengua que vivió lo que tuvo que vivir y murió cuando le llegó la hora, es un anacronismo intentar resucitarla. Dejemos que los muertos descansen en paz. Vería normal que se hagan estudios, tesis doctorales, etc., sobre el pasado de la lengua leonesa, cualquier cosa menos intentar hablarla, hoy, pues sobran lenguas en el mundo, lenguas que impiden, en la actualidad, avanzar hacia una necesaria integración e intercomunicación entre todos los pueblos de la Tierra. Las lenguas, como las monedas, han de comenzar a sintetizarse (recordemos el éxito del euro), es decir, han de predominar las más universales. La evolución y el progreso exige siempre sacrificios y renuncias, que lo menor se incluya en lo mayor, que los pueblos y las naciones se unan en entidades mayores, como la Unión Europea o las Naciones Unidas. Eso no significa que el pez grande se coma al chico, esto es imperialismo, y todo imperialismo es retrógrado e involucionista. Se trata de aceptar la integración y la unión voluntariamente, en aras de un bien común beneficioso para todos. Aquí creo que no cabe, por mucho que ame a mi tierra, la reivindicación del leonés.

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