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Publicado por
CARLOS ANTONIO BOUZA POL
León

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EN LEÓN, algunas veces, las guías turísticas las hacen aquéllos que casi nunca saben por donde andan. La gestación y el parto suelen ser así: se juntan un par de aficionados a la fotografía, buscan un redactor y, juntitos y en comandita, mueven sus influencias cerca de la Diputación para que su Instituto Leonés de Cultura (¿qué cultura?) asuma el gasto de unas «bonitas páginas en colores» que divulgará por las oficinas de turismo y las librerías. En la página 25 de «Picos de Europa», con Depósito Legal LE: 975-2001, dice: «La llegada al trono del rey leonés Alfonso V y su decisión de hacer de León la capital del reino en 999 supone el comienzo de la estabilización¿». De un solo plumazo, o «guiazo», nos suprimen a diez reyes, que son los siguientes: García I en el año 910 (en 2010 celebraremos los 1100 años de nuestro Reino de León); Ordoño II (914-924); Fruela II (924-925); Alfonso IV el Monje (925-931); Ramiro II (931-951); Ordoño III (951-956); Sancho I el Gordo (956-958 y 960-966); Ordoño IV el Malo (958-960); Ramiro III (960-984) y Bermudo II el Gotoso (984-999). Se ve con claridad que no es competencia ni afán exclusivo de la Fundación Villalar el ningunear y desaparecer a nuestros reyes, pues también aquí en la capital del viejo reino, con fondos públicos leoneses, a veces se tiran piedras (o guías turísticas) contra nuestra propia historia. Así es y así tenéis que verlo Agustín Vicente Suárez Alonso, Margarita Torres Sevilla y Quiñones de León, Alejandro Valderas Alonso, Laureano Manuel Rubio Pérez, Hermenegildo López González, José Félix Pérez Echevarria¿, pues ya sabéis bien que no somos los bercianos los que más ignoramos o despreciamos nuestra historia. En mi pueblo, enfrente mismo del Parador Nacional, tenemos dedicada una calle al rey Alfonso IX, y yo, particularmente, contaba con que Mario Amilivia, el mejor alcalde de León, promovería el hermanamiento de la capital con Villafranca. La idea era celebrar un pleno municipal conjunto en León y otro en Villafranca, en la cual se inauguraría El Paseo de los Reyes de León de la margen izquierda del río Burbia. No se quería un simple monolito o escultura común que lo representara a todos juntos, sino bustos y figuras independientes para cada uno de los dieciocho reyes de León. Ponferrada, por su parte, tampoco quiere dar la espalda a la historia y, sin que ningún «leonesista» le obligue o le presione, ya está remodelando la plaza de enfrente de Correos y dedicará homenaje permanente a Alfonso VI. La historia es lo que es, la memoria no. La memoria es selectiva, por eso nunca es imparcial ni verdadera, sobre todo cuando es sentimental y afectiva. Pero mi generosidad intelectual sabría comprender una «Ley de memoria histórica» en la misma medida en que pudiera tolerar que «el pulpo es un animal de compañía». Es decir, en aras de seguir conviviendo y jugando aun a sabiendas de que tendré que soportar el chantaje. Pero no por eso «la ley» dejará de ser aberrante, torticera, falaz e impertinente; que aviesamente trata de confundirlo todo, buscando la revancha después de setenta años. Y lo que se quiere hacer pasar por «memoria histórica», no es más que «memoria histérica», con claros síntomas de trastorno intelectual, sensorial y emocional, que lleva a la exageración, a la disminución del campo visual, a la deformación de las realidades pasadas y presentes, y lo que es peor si cabe: mancha el futuro. Mancha y ensucia el futuro porque los impositores no se dan cuenta ni son conscientes de su mal, ni de las deplorables consecuencias que provocarán en los demás y en ellos mismos. Así, con esta patología, hay autores de malos libros que con apariencia de «historia verdadera», y «profunda aportación investigadora», pretenden convencernos de que la provincia de León contaba alrededor de ciento ochenta mil habitantes en el año 1250, época en la que se construía la Pulchra Leonina. La verdad es que León capital escasamente rondaba las tres mil almas, y toda la provincia no superaba las setenta mil. León capital no rozó los cinco mil habitantes hasta finales del siglo XV, y los judíos de la ciudad y alrededores no superaban el número de doscientos. A finales de este siglo XV y comienzos del XVI, Villafranca ya contaba con una población importante, al igual que Valderas, Astorga y Ponferrada. Volviendo al siglo XIII, hacia 1250 cuando la Catedral se ve amparada por Alfonso X el Sabio, todo el norte cristiano no llega a ochocientas mil personas, mientras que en el ámbito musulmán, muchísimo más poblado, ronda los cuatro millones de habitantes. Desde los siglos VIII y IX hay grandes diferencias que separan a cristianos y musulmanes. El sur es más rico y urbano y contrasta con un norte primitivo y ruralizado. Esto venía ya de antiguo y se mantendría y aumentaría todavía más a lo largo de toda la Edad Media y hasta tiempos relativamente recientes. En el norte no existen grandes núcleos o concentraciones de población, pues el 90% vive en pequeñas aldeas y villas y sólo el 10% restante conforma centros de cierta entidad que van entre los mil y dos mil quinientos habitantes. La gente vive en el campo, de la agricultura y ganadería, y es precisamente en el siglo XIII cuando hay un aumento demográfico en Europa. La difusión del arado de vertedera y el empleo de caballerías que permitía el cultivo en pendientes más pronunciadas, en las que los bueyes no podían faenar, fue vital en el desarrollo agrícola. El campesino ve mejorar su nivel de vida, se pasa de una simple comida diaria a dos o tres y con una dieta más rica y equilibrada. Desgraciadamente, en León, aunque aumenta mucho la ganadería lanar y la trashumancia, el esfuerzo repoblador dirigido hacia el sur del Duero, dejó malparada la ya de por si pobre demografía leonesa. El Bierzo siempre fue más rico y más poblado. Esto sí es la verdad, la verdad histórica; y todo lo demás es simple y llanamente ganas de enredar o una mala «memoria histérica».