Sociedad civil

DOS personas de renombre apelaban ayer, en distintos foros, a la sociedad civil. El Premio Nobel de la Paz, Koffi Annan, hizo un llamamiento a la sociedad civil para que presione a que gobiernos y empresas tomen medidas en la erradicación de la pobreza y las enfermedades: «Si conseguimos llevar una botella de Coca-Cola a todos los pueblos del mundo, ¿por qué no podemos llevar vacunas, que son más pequeñas?». En Madrid, el ministro de Cultura, César Antonio Molina, anunció la remodelación del jurado del Premio Cervantes para abrirlo a la «sociedad civil», de modo que el jurado que decide principal galardón de las letras españolas deje de tener el tinte gubernamental. La sociedad civil requiere, pues, de una ciudadanía activa, capaz de expresar lo que piensa y de actuar ante la barbarie consentida y provocada, a veces, por gobiernos y empresas. Sociedad civil es comunidad consciente y participativa. Pero, ¿existe esta sociedad civil? Más que existir, subsiste. Sobrevive pese a la barbarie. Las tecnologías de la información juegan a su favor porque permiten y facilitan las redes. Y se hace cada vez más necesaria frente al abuso de los gobiernos y los excesos de las empresas que, dicho sea de paso, se han puesto de acuerdo para adelantar la Navidad a este fin de semana en un alarde de derroche energético poco acorde con la preocupación por el cambio climático. Ecologistas en Acción ya ha adelantado que los ayuntamientos españoles gastarán este año en luces navideñas 30 millones de kilowatios que provocarán la emisión de más de diez millones de kilogramos de CO2. Sin sociedad civil desconoceríamos el alcance de la violencia hacia las mujeres en Centroamérica o la magnitud del analfabetismo en el mundo, que afecta a 900 millones de personas entre población infantil y adulta. Sociedad civil son también las pequeñas oenegés que trabajan honestamente por un objetivo concreto, aquí y allá... O escritores como Juan Gelman, el último Premio Cervantes, otra voz comprometida.