TRIBUNA
Se aplauden a sí mismos
EL MIÉRCOLES 14 de noviembre correspondió al Senado la aprobación de la reforma estatutaria de Castilla y León con una gran mayoría de votos. Uno, que comparte una opción política progresista, percibía que tanto los senadores como los invitados de la Autonomía se aplaudían a sí mismos. Es evidente que estas aprendices de taifas, que es lo que son cada vez más las comunidades autónomas, cuentan con representantes cuya legitimidad les ha sido otorgada en las urnas, pero también con bastante indiferencia por parte de los ciudadanos. Un asunto de tanta envergadura debería haberse sometido a referéndum, como se ha hecho en algunas autonomías. Pienso que actúan así, de tapadillo, porque son conscientes de que el desapego sería mucho más rotundo que en Cataluña o Andalucía; lo digo porque percibo en el fuero interno de personas cercanas y con cierta conciencia política un malestar por la deriva a la que están abocando a la Nación -que es una y no nación de naciones-. Como leonés, aunque mi voto no ha ido nunca ni irá para un partido provincial, siento que tanto el PSOE como el PP han cometido un gran fraude: el primero, porque una vez más toma decisiones de organización territorial, por necesidad de alianzas, para encubrir la reforma del Estatuto catalán (cuya gestación y parto fueron una verdadera vergüenza), o bien para evitar una España en la que de forma harto tontuna dicen de «dos velocidades»; el segundo partido, que también cuando ha gobernado ha hecho más de lo mismo, por el cinismo que supone el criticar en Madrid la política concerniente a las autonomías y, al tiempo, sumarse con fragor y aplausos a su aplicación en distintos territorios de España. Los gobiernos autónomos de Castilla y León vienen intentando, con la oposición como comparsa, crear un sentimiento regional. Más los sentimientos no se crean, no se inventan, y hasta, considero, que es inmoral el introducirlos con «calzador», a través de la publicidad o de las competencias educativas. Ahora, cuando hablan de nuestros escritores o deportistas en los ámbitos periodísticos nacionales, los denominan castellanoleoneses, gentilicio, a fuer de largo, fatigoso en su pronunciación. León, y más la capital, ha perdido valor institucional. Hoy en día se toman menos decisiones en esta tierra nuestra (en educación, en agricultura, en las fuerzas de orden público...) que antiguamente, cuando existían las direcciones provinciales de los ministerios. Ya, repito, los medios informativos nacionales no reconocen habitualmente ni el gentilicio que nos es propio: leoneses. Nada más lejos de mi pensamiento que un afán localista o regionalista; León, sus ciudades y pueblos, como cualquier lugar del mundo es habitado por seres humanos que aman y sufren en una tierra que tiene semejanza con otra tierra. Quiero decir, que si bien León no tiene menos fundamento histórico para ser autonomía que algunas regiones (desde luego tanto, incluso, como Navarra, pues ambos reinos son el fundamento de la concepción hispánica) no es un asunto que me apasione. Creo, eso sí, que yerran en su estrategia cuantos defienden la adición en una hipotética autonomía de Zamora y Salamanca, pues en ambas provincias tal sentimiento leonés, a estas alturas, no existe; y no hay por qué incluirlas, como la comunidad foral de Navarra hoy en día no incluye su antiguo territorio al norte o la franja castellana. Como decía, esa no es mi batalla. Sí denunciar cómo una autonomía como la nuestra (muchas otras también) ha ido creando un magma funcionarial y laboral, cargos de libre designación junto a asesores, propagandistas, chóferes, fotógrafos, estilistas y un sinfín de inoperantes, que suponen, en parte, un gasto innecesario. Es una lástima que los partidos que no gobiernan no analicen en profundidad y planteen, desde las Consejerías a los Servicios Territoriales, una administración eficaz en la austeridad, con un organigrama preciso, concreto. Cuantos atribuyen a las autonomías la mejora en el bienestar de los españoles creo que no van bien encaminados. España a quienes debe gran parte del bienestar es a los países contribuyentes de Europa, a los beneficios de la entrada en esta comunidad de naciones que nos es propia. Si analizásemos en el territorio de Castilla y de León qué participación han tenido los fondos europeos en las inversiones en infraestructuras y en el empleo (programas de Interreg y otros, Escuelas Taller, etc.) nos sorprenderíamos. Alemania primero, Francia y otros países han mimado la democracia española. Éste es nuestro mayor bien: la sintonía en las normas constitucionales y en el vivir con los países más avanzados de Europa. Sé que mi planteamiento a estas alturas no tiene visos de solución política. Pero me hubiera gustado más una España que hubiera otorgado competencias amplias a los territorios con otra lengua propia, y en el caso de León hubiera aprovechado la estructura administrativa, ya asentada, de la Diputación para que ésta, con modificaciones en los criterios actuales de elección de diputados provinciales, asumiera competencias que no fueran «nacionales». Decía al principio que mi visión de la política no es conservadora, por eso creo que la educación, la sanidad, las grandes vías de comunicación, los ríos, la fiscalidad y la justicia, por mencionar algunos servicios fundamentales, han de quedar amparados y regidos por un gobierno nacional. Compartimentar, dividir, privatizar en temas fundamentales, considerar como propio de un territorio lo que es de todos los españoles, no es progresista, sino caciquil y conservador. Tan conservador que en las noticias de cada día uno comprueba que una misión encomendada a estas nuevas taifas es el ser el aguijón del Gobierno de la Nación, cuando no es de su cuerda, no digamos cuando las taifas tienen el mismo río, el mismo mar, que pugnan por considerarlo como feudo propio. Ya pasó con el triste caso conocido como «de las vacas locas», ocurre ahora con la Ley de Dependencia, mañana con cualquier otro tema que nos incumba a todos los españoles: si a los medioministros territoriales no les conviene para ganar votos, allá arda Troya. Esta nueva táctica opositora ha sido practicada, hasta la extenuación, por las taifas conservadoras en esta última legislatura. A lo que íbamos, después de pronunciarse los electos de aquí y de allá, el pasado miércoles los senadores votaron afirmativamente en gran número la reforma del Estatuto de esta autonomía, en presencia del Presidente del Gobierno y con la tribuna llena de procuradores y de otros cargos. ¿Tales aplausos obedecían a un verdadero sentimiento regionalista o bien eran un batemanos virtual para mantener en cartel su comedia de enredo? No sé qué pensarán ustedes: a mí me pareció que eran los actores de una función y que se aplaudían a sí mismos.