(Eternamente) Yolanda

EL APARATO de radio acabó un día en la basura. No entendía mi padre el valor de aquella vieja caja de madera que tardaba interminables minutos en calentar las misteriosas válvulas que la hacían funcionar y que traían a casa, entre ruidos e interferencias, las voces de lugares lejanos. Su pérdida nunca me la podré perdonar. Aquel sonido petardeante forma parte del imaginario de la infancia de muchos españoles. En aquel aparato escuché por primera vez a Yolanda y -esto ya lo he confesado en otras ocasiones- me enamoré de ella, o quizá de aquella voz amable y dulce, que siempre sonreía y le daba un punto de color a una ciudad triste con pretensiones de golfa. La radio (también) ha cambiado mucho, aunque ahora algunos sigan usándola de ariete doctrinario que lanza consignas contra el maligno no muy diferentes a las que el Padre Venancio Marcos (Q.E.P.D.) escupía con su voz tronante hace cuarenta años por aquella caja que ya entonces era vieja. Pero la que no ha cambiado (afortunadamente) es Yolanda. Desde la Estación Escuela número 29 del Frente de Juventudes, conocida posteriormente como Radio Juventud de Ponferrada de la Cadena Azul de Radiodifusión, pasando por Radio Nacional y, en los últimos años, Onda Bierzo, asociada a varias cadenas nacionales, cuando se cumple su medio siglo de vida laboral, Yolanda Ordás será objeto de homenaje en un programa emitido mañana en directo desde el Bergidum. Ella es medio siglo de nuestra historia vivida en directo pero, sobre todo, es el ejemplo de mujer dedicada, con discreción y profesionalidad, a hacernos un poco más felices. Por eso, Yolanda, uno quisiera ser Pablo Milanés y poder decirte (eternamen- te) que «esto no puede ser no más que una co- lumna/ quisiera fuera una declaración de amor».