Diario de León

EN LA CUERDA FLOJA

Saber esperar

Publicado por
PACO SÁNCHEZ
León

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EN CONVERSACIONES mantenidas en lugares y ambientes muy diversos, he tenido que escuchar con progresiva frecuencia una frase que podría resumirse así: «Los católicos vivís agobiados por el sentimiento de culpa». Suelo responder que los católicos, más bien, vivimos liberados por la seguridad del perdón: la culpa y sus angustias no son un invento cristiano; el perdón, sí. De hecho, si fuera al revés, el sentimiento de culpa estaría reduciéndose en este mundo descristianizado. Sin embargo, se expande. La ciencia, en la que tanto hemos confiado, es hoy capaz de curar casi todas las dolencias físicas, pero las psíquicas siguen en aumento, como explica Benedicto XVI en su última encíclica. Porque «no es la ciencia la que redime al hombre, sino el amor», dice. Por eso todos nuestros temores están relacionados con la solidez, la confiabilidad del amor en el que fundamos la vida: «El sí al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, con las que me dejo herir y modelar». Si no, «se convertiría en puro egoísmo, y se anularía como amor». Concluye: «Sufrir a causa del amor para convertirse en una persona que ama realmente es un elemento fundamental de humanidad. Su pérdida destruiría al hombre». Y supondría el fin de cualquier cultura, se podría añadir. Decía Kant, y el Papa lo cita, que si el pensamiento dominante se volviera anticristiano, «el anticristo inauguraría su régimen, aunque breve (fundado en el miedo y el egoísmo). A continuación, podría ocurrir, bajo el aspecto moral, el final (perverso) de todas las cosas». Pero la encíclica es alentadora y termina con una visión del Juicio final, alejada de los clichés clásicos, que inunda de esperanza a creyentes como yo, llenos de miserias.

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