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Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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OTRA VEZ hemos entrado en el ceremonial de los debates electorales en televisión. Lo original de la edición 2.008 es que las cosas ocurren al revés: el presidente desafía al jefe de la oposición. Dicho de otra forma: quien tiene más que perder, que es el jefe del gobierno, es quien reta al que tiene algo que ganar, que es el aspirante. Y, como corresponde a una situación tan insólita, es también el aspirante quien pone pegas al encuentro. Si esto me lo cuentan de cualquier otro político, sólo lo podría explicar así: Rajoy tiene pocas ganas de pelea; no tiene hambre de balón; no se parece en nada a aquel Aznar que casi arrastró a Felipe González a dos platós de televisión en el año 96. Los hechos, sin embargo, desmienten esa abulia. Rajoy no tendrá ganas de pelea, pero tiene ansia de ganar. Sus propuestas electorales, si son creídas, están dirigidas al corazón mismo de los teóricos votantes de izquierda, que son los mileuristas, y al otro corazón (la cartera) de los habituales votantes del poder, que son los pensionistas. En ambos sectores quiere moverle el suelo a Zapatero, y lo hace con descaro y osadía, combinando lo que todo el mundo considera incompatible: la rebaja de impuestos con la subida del gasto social. Si consigue que la gente le crea y, encima, le salga bien como acción de gobierno, no es que gane el poder; es que hay que darle el Nóbel de Economía. Si esos 150 euros de las pensiones los llega a prometer Zapatero, lo echan del país. Por mucho menos -100 euros para garantizar las pensiones alimentarias de hijos de divorciados- le han dicho que dispara con pólvora del rey y que usa el dinero de todos para fines de partido. Rajoy tiene la fortuna histórica de que sus propuestas no son electoralistas; son, sencillamente, electorales. Y digo yo: si tiene tan buena aceptación, si tiene tan buena mercancía, si un debate le ofrece la oportunidad de difundir propuestas tan rentables, ¿por qué pone pegas a un debate con Zapatero? Es el último misterio político, amplificado por los antecedentes: hace sólo unos días, el propio Rajoy calificó como «error descomunal» no hacer aceptado debatir hace cuatro años con quien le ganó las elecciones. No creo que quiera volver a repetir esa equivocación. Pero de momento, deja este resultado: de una tacada, en una sola declaración, irritó a la televisión del Estado y a sus profesionales; desorientó a quienes aprecian el esfuerzo de TVE por desprenderse de ataduras gubernamentales; demostró una timidez impropia de quien está en una operación de asalto al poder, y transmitió la sensación de que busca excusas para escabullirse. No hay proporción entre la fuerte ambición de sus propuestas y la falta de osadía personal.

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