Diario de León
León

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LAS lágrimas de Ruiz Gallardón en la presentación de un libro sobre Fraga se traducirán en miles de ejemplares vendidos. El mejor marketing irrumpe de los adentros atravesando las máscaras y el autocontrol. Simplemente, sucede...como un trueno sin tormenta. «En política sólo me gustaría una cosa y es que...cuando yo me retirase de la política...mis hijos...me pudieran mirar con la misma gratitud que yo miro a Manuel Fraga». Y tras dichas palabras, este hombre tranquilo y con aureola de soberbio, no pudo evitar que la voz se le quebrase y los ojos se le humedecieran. Los españoles somos poco proclives al agradecimiento. Sin embargo ¿qué se puede esperar de quien no sabe dar las gracias o considera que no tiene motivo alguno para darlas? Tener deudas económicas es una carga, pero las morales son una bendición. Ruiz Gallardón ha reconocido la suya con el magisterio de Fraga, y esas lágrimas suyas dicen más a su favor que cualquier campaña de imagen. Todo hombre lleva dentro de sí a alguien mejor que el personaje del que se disfraza a diario, alguien que le habita agazapado, que rara vez irrumpe al exterior, restos de sus propios tiempos heroicos en los vivía con el corazón en una mano y el anhelo de verdad en otra. Somos mejores que nuestro espejismo, que nuestras invenciones de autosuficiencia. Pero aún somos quienes fuimos. Un hombre agradece en público todo lo que le debe a su maestro, entonces, al relacionarlo con un anhelo para propios hijos el corazón le juega una mala pasada, que son las mejores, y derrama lágrimas. Este hermoso hecho, ajeno a cualquier planificación, ha merecido comentarios despectivos de Jiménez Losantos. Ah, el corazón humano, con sus charcas y sus nubes...¿hay algo más misterioso que sus laberintos, que la sinfonía de sus latidos?

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