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Publicado por
PANCHO PURROY
León

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EN CUANTO oscurece, el celo de los raposos se manifiesta en el concierto de ladridos que resuena por las lomas, acompañado de un chillido que recuerda al grito de alarma del arrendajo, el córvido rosa de obispillo blanco dueño de las arboledas. Esta temporada les va muy bien a los zorros de León. Han tenido un año pródigo en torpes topillos campesinos y, como siempre, la guarrería de los humanos les suministra plétora de desperdicios abandonados en alrededores de casas y cunetas. Con esta bonanza, una densidad de un par de parejas reproductoras por kilómetro cuadrado es lo habitual en las vegas fluviales, superior incluso a la propia de sardones con conejos, hábitat zorruno excelente. En la Montaña hay bastantes menos y, además, han tenido varios episodios de sarna con alta mortalidad. A la luz de los faros, con suerte, podemos contemplar la cópula de este cánido rojo, con montas que llegan a durar media hora, bastante más que la de los engreídos humanos que frecuentan en sus coches encuentros con señoritas de alterne despectivamente apodadas zorras. El período de gestación de nuestra vulpeja dura 53 días y, en la galería de la zorrera, el número medio de camada será de cinco zorrinos, con variabilidad entre unos y diez descendientes. La organización social del zorro es jerárquica y compleja. Hay parejas territoriales, dominantes y agresivas, en los enclaves de más alimento, por ejemplo, cerca de vertederos. En su periferia viven individuos subordinados que solo crían los años de muchas presas. El lumpen vulpino, los parias, son animales flotantes, desarraigados, que vagan esperando la muerte de algún opulento y, mientras, fenecen de hambruna. Esta sociedad equivale, en el gremio humano, a una ciudad con parejas de ricachones instalados en mansiones, grupos de mileuristas amontonados en minipisos y caterva de chabolistas indigentes, en espera de una oportunidad como la de Manuel Benítez El Cordobés, de más cornás da el hambre.

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