TRIBUNA
El desarrollo del niño: de la dependencia a la autonomía
EN los primeros meses, tras el nacimiento, la madre y el hijo forman aún una unidad y sus cuidados le dan seguridad y confianza y son la base para una buena autoestima. Por muy importante que sea esta simbiosis entre madre e hijo, también es esencial ir aflojando poco a poco una unión tan estrecha (Nitsch y Schelling, 1998). Los intentos de separación comienzan al cabo de medio año, aproximadamente. El niño va descubriendo su propio cuerpo y sus capacidades y pronto toma conciencia de que puede obtener muchas cosas con sólo intentarlo y comienza el largo y maravilloso camino de la experimentación (ej.: llorar a destiempo, hacer gárgaras con la papilla,...). El niño aprende a observar las reacciones de los adultos: ¿cómo reaccionan ante mi comportamiento?; por otra parte, surge el problema para los padres: ¿cómo reaccionar ante esas pruebas de sus hijos? «La educación es algo más que amor, ternura, apoyo, comprensión, estímulo y paciencia. La educación implica también establecer unos límites claros y enseñar a ser independiente» (Nitsch y Schelling, 1998:9). Los niños no sólo ponen a prueba los límites trazados por los demás, sino que también aprenden muy rápidamente a establecer sus propios límites con el prójimo. Las experiencias y vivencias del niño durante los tres primeros años de vida ejercen sobre él y sobre el curso de su desarrollo social una de las transformaciones más potentes que tendrá su reflejo en años posteriores, determinando su personalidad en gran medida. Conforme los niños crecen, reclaman su autonomía con más frecuencia y ello les lleva a una separación progresiva de sus padres. Mientras los hijos van creciendo, los padres deben aprender a ir apartándose de ellos. Ocuparse bien de los hijos representa también fomentar su independencia temprana para que aprendan a afrontar la vida con competencias relacionadas con la autosuficiencia, elección profesional, resolución de problemas, elección de amigos, utilización de su libertad, administración correcta de sus bienes y ahorros, etc. Los años de la infancia pasan con gran rapidez y, cuando comienza su escolarización, los niños comienzan a elegir su camino. En general, resulta duro aceptar este proceso de independización para los padres, pero cuando se alarga, también resulta preocupante el prolongado anclaje en el seno familiar. En nuestra sociedad está bastante extendido el modelo educativo de libre desarrollo, por el que los padres permiten a sus hijos todo tipo de conductas y piensan que deben educarse en una especie de neutralismo en el que nadie debe influir. Con este falso modelo educativo los niños se desconciertan mucho más que con uno basado en la autoridad. Establecer límites a los hijos es una manera de demostrarles nuestro amor y preocupación. Los límites son como la barandilla de un puente que proporciona un sentimiento de seguridad y control. Independientemente de la edad, el niño desea disponer de un modelo de conducta que le permita orientarse, sin que ello suponga un corsé que le impida moverse en libertad. Los valores educativos actuales han llegado a mitificar la permisividad; algunos padres y educadores han renunciado al compromiso de llevar a cabo su papel director. Las causas son muchas y de diferente índole, según las perspectivas de los padres, de los educadores y de los hijos. En muchos padres coexisten graves contradicciones: por un lado, se alarman de la excesiva competitividad en el mundo laboral y académico, y por otro lado caen en la tentación de solucionar a los niños sus dificultades y evitarles frustraciones y conflictos. Sin excluir la confianza de los hijos, deben darse unas normas para la autorregulación de la conducta, que permitan la formación de criterios. Estos criterios que rigen la autorregulación del comportamiento y que van forjando la socialización, parten fundamentalmente del interior de la familia y de la escuela. Los niños interiorizan valores y normas a través del modelo continuo de sus padres, y así pueden aplicarlos también en otros ámbitos de la sociedad. Finalmente, a modo de conclusiones podemos decir que: - Todo niño desea tener unos padres que sepan qué hacer, lo que se puede permitir y, a la vez, que sepan también transmitir esa seguridad. - Si los adultos se sienten seguros de sus decisiones, los niños también captan este estado de serenidad y se sienten ellos mismos más seguros. - Todo niño desea tener padres predecibles y dignos de confianza que también se toman en serio las normas acordadas. - El niño acaba viendo con el tiempo y con la experiencia que no todas las reglas, órdenes o prohibiciones son pesadas, arbitrarias o superfluas.