CON VIENTO FRESCO
Me bajo en la próxima
EL ZORROCOTROCO mira con nostalgia el pasado sin entender nada del presente. Desconoce (en realidad sus escasas lecturas no han sido más que panfletos intelectualmente miserables) que el mundo intelectual, económico y político que vivimos no es sino consecuencia del trabajo de crítica que los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche, Freud) llevaron a cabo para deconstruir el discurso de la Ilustración y la ideología de progreso. Su escolio final lo resumió bien Althusser (discípulo de aquellos quien después de asesinar a su mujer, ya enajenado, se suicidó) al entender la Historia como un proceso sin objeto ni fines. Luego se extrañan del triunfo del capitalismo liberal y del fin de la historia; del materialismo vulgar, el consumismo y el hedonismo pedestre de un mundo que ha perdido su razón de ser, que camina sin saber hacia dónde por pura inercia, como una bicicleta que no puede dejar de rodar porque si se para se cae. Esta imagen terrible pero real tiene su correlato, por ejemplo, en la actitud de los políticos y de la sociedad ante el cambio climático, ídolo o amenaza, según tirios y troyanos, ante la que estamos completamente inermes y, que de ser cierto, nadie parece ya capaz de detener en su inexorable curso. Como sostiene Luc Ferry en Aprender a vivir (libro, por cierto, que siendo de filosofía -una inteligente exposición de los principales sistemas filosóficos- ha vendido en Francia más de 100.000 ejemplares): «por primera vez en la historia de la vida, una especie viva tiene la capacidad de destruir el planeta entero, ¡y esa especie no tiene ni idea de adónde va!». Los intereses económicos y los problemas sociales que suscita el mantenimiento del sistema son tantos que nadie es capaz de tomar una alternativa global. Los políticos se reúnen en grandes cumbres mundiales, aprueban protocolos como los de Kioto o Bali (aquí ni siquiera eso, aunque salvaron la cara in extremis), que luego nadie cumple, con lo que el problema aumenta cada año: nada pueden hacer porque si detienen la bicicleta, se caerá. Lo mismo ocurre con la educación, cuya situación según el último informe Pisa -y ya van tres en el mismo sentido- es verdaderamente alarmante en España. Parece que los medios económicos no son el problema principal del fracaso escolar, aunque aún sean insuficientes. Lo son los derivados de una organización autonómica que ha roto y desvertebrado el sistema educativo español; también las deficiencias indudables de la Logse; pero la razón última es exactamente la misma que en el caso anterior. A una cierta pedagogía, que domina en la política educativa aunque choca con la mayoría del profesorado, ha dejado de importarle lo qué se enseña ni para qué se enseña, solo interesa el cómo se enseña; es decir, que no se pare la bicicleta, aunque desconozca hacia dónde se dirige y si se estrellará. Cuando los niños, al menos algunos, no saben por qué están en los centros ni para qué les sirve lo que estudian, interiorizan que no son más que recintos carcelarios y que los profesores son, por lo mismo, sus carceleros. El fracaso escolar está servido. Desconozco si hay muchas alternativas a esta filosofía sin sentido y a este mundo que pedalea a piñón fijo, o al menos lo parece, hacia el abismo entre la fiesta y la inconsciencia. Hay que bajarse de la bici aunque nos demos un coscorrón, o nos lo peguen por bajarnos. Hay otros caminos más trallados, perennes, quizá algo anticuados al decir de algunos porque han de caminarse a pie con heridas y lágrimas, pero mucho más seguros, como diría Pascal, y, al cabo, más razonables. El libro de Luc Ferry, que se declara ateo, aunque sería mejor decir con Gustavo Bueno en La fe del ateo , ateo vergonzante, como tantos, termina con una pirueta intelectual cuestionando el materialismo y proponiendo una trascendencia inmanente, es decir, una trascendencia que no se sustente en ficciones metafísicas o teológicas. ¡Cuántos rodeos para dar sentido a la vida! Echan a Dios por la puerta y se cuela por la ventana.