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EN EL FILO

¿Quiere ZP perder las elecciones?

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LO PEOR que le puede pasar a un político es que le tomen a chacota. Mucho peor aún es eso que enfurecer al electorado. Yo creo que, en las pasadas setenta y dos horas, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha logrado ambas cosas: ha provocado risas y cuchufletas y también ha suscitado la indignación de un país que, en cuestiones que atañen a la economía «carece de sentido del humor», como reconocía recientemente un miembro de la dirección del PSOE. Y la verdad es que recomendar a los españoles que, en lugar de pavo, besugo o capón, consuman en Navidad conejo tiene su 'vis' cómica, pero demuestra que se impone el afán por llevarnos al buen camino y, si no queremos ir por la senda adecuada, entonces, palo. Pues ¿no se le ocurre a usted, ciudadano derrochador, dar un euro de propina al camarero que nos ha servido dos cafés? Decía Pompidou, que es un político poco recordado, pero q ue inventó frases geniales, que el nivel de buen comportamiento de una economía se percibe cuando la propina se reglamenta de un modo adecuado, para que ni los que la entregan se queden demasiado cortos ni quien la recibe pueda esperar por esta vía un complemento a unos ingresos injustamente escuálidos. Porque en la mismísima Francia, que estas cosas las tiene bien tasadas, recuerdo que hubo en su día, hace ya bastantes años, una controversia muy formal acerca de si lo conveniente era dejar el diez por ciento añadido al precio de la factura en los restaurantes, o si debía ser más. O menos. El vicepresidente Solbes nos regaña por ser demasiado generosos en este particular, aunque dudo yo de que encontremos un solo hostelero, un solo camarero, que diga que los españoles somos espléndidos con las propinas. Y, en todo caso, uno deja la propina que le da la gana, y come en su casa lo que le apetece. Yo, sin ir más lejos, lo siento mucho, pero el conejo no figura entre mis manjares preferidos; ignoro qué desgracias me acontecerán ante este signo de evidente rebeldía cívica a los dictados de mi gobierno, que bien sabe lo que me conviene. Y bien paternalmente que me lo recuerda, para que siga de buen grado sus consejos antes de tener que poner en marcha otros métodos coercitivos. A mí me parece que este exceso de dirigismo que nos regalan nuestros gobernantes, capaces hasta de llevarnos, por nuestro bien, a la cárcel por un delito de lesa velocidad aunque no hayamos producido daño alguno, evidencia una cierta falta de sentido de la libertad. Culpar en exclusiva al ciudadano del alza incontrolada de los precios o de las muertes en carretera parece una demasía que se compadece mal con el tan proclamado talante, con el «buen rollito» con el que Zapatero, ahora Zeta, llegó al poder. Admito que la legislatura ha tenido cosas buenas. Y, al final, ha habido rectificaciones no explícitas, pero evidentes, en cuestiones clave, como el trato a dar a ETA y a sus satélites (ya veremos si se puede ilegalizar ANV, que es otro de los retos). Pero el concepto que nuestros gobernantes tienen del ciudadano-elector como individuo peligroso -potencial homicida al volante cuando menos-, manirroto y con inconvenientes hábitos alimenticios puede acabar costando muy caro a nuestros pastores. Puede acabar costándoles las elecciones, si los chistes suben de color o el estado de cabreo aumenta de volumen.

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