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León

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LOS JEFES de Estado y de Gobierno de los 27 miembros de la Unión Europea firmaron la pasada semana en Lisboa el Tratado que sustituye a la abortada Constitución europea. No es lo que debía ser, lo que hubiera empujado definitivamente la construcción de una ambiciosa Europa política, pero es mucho más que nada y un paso importantísimo para que la «marca» Europa se consolide. Ahora queda un trámite parlamentario de ratificación, que no debe traer sorpresas como las hubo con los referendos de la Constitución. El nuevo texto debe entrar en vigor en 2009. El nuevo Tratado no ha sido aún suficientemente «vendido» a los ciudadanos y corremos el riesgo de que no lo hagan suyo. Le faltan muchas cosas que sí tenía la Constitución, pero puede servir para dinamizar, hacer más eficaz, transparente y democrática a esta gran Europa que estamos construyendo. Apenas ayer, pocos creían que el euro iba a convertirse en la moneda más fuerte y en que el dólar caminaría detrás, muy detrás. Un euro que nos une, que nos permite viajar y hacer negocios sin trámites engorrosos. Apenas ayer, pocos creían que el sueño de los De Gasperi, Adenauer y algunos más iba a ser una realidad. Europa avanza hacia el futuro, hacia el momento en que tenga una voz uniforme en el concierto mundial y de su fortaleza saldrán reforzados todos y cada uno de los países. La Europa unida es el futuro. Pero Europa ha representado para España la modernidad, el cambio, la entrada en el mundo moderno. Gracias a los fondos comunitarios, España ha logrado un nivel de desarrollo impensable hace treinta años. La transformación de nuestro país en una democracia moderna, en un país compe titivo, con buenas infraestructuras, con espacios renovados, con empresas líderes ha sido posible gracias al esfuerzo de todos los ciudadanos, al riesgo asumido por muchos empresarios-emprendedores, pero hubiera sido imposible sin las generosas y millonarias aportaciones de la Unión Europea. Y algunos logros, como el cerco a ETA no hubieran sido posibles sin la colaboración activa de otros países europeos, especialmente Francia. Tenemos, seguramente, un menor peso del que nos corresponde en esta Europa líder. Estamos perdiendo influencias y debemos recuperarlas. Pero podemos sentirnos orgullosos de ser europeos de primera. Nos lo debíamos todos. Y todos debemos empujar en la consolidación de esa Europa global que debe ir teniendo cada vez más peso. Es como viajar en el tiempo desde la Edad Media hasta la aldea global. Algunos políticos deberían darse una vuelta por esa Europa de los 27 en lugar de pasarse todo el tiempo mirando el ombligo de su pueblo.