Diario de León

PANORAMA

Al otro lado de la cama

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EL RESPETO a la privacidad, derecho esencial, irrenunciable, es o debería ser, un signo de civilidad. Por desgracia, la sociedad mediática y mediatizada que hemos construido va en contra de la que debería ser una conquista sin retroceso. Los periodistas -lo exacto sería hablar de la industria, del negocio, de la comunicación- hemos decidido que los personajes públicos, políticos, sobre todo, no tienen vida privada. Creo que nos hemos equivocado. Un político, por el hecho de serlo, no pierde su condición de persona, por tanto tiene el mismo derecho que tenemos los demás a mantener a resguardo determinados aspectos de nuestra vida privada. Hablo de su familia y de sus relaciones afectivas. Relaciones que no deberían constituir materia periodística salvo en aquellos casos en los que fueran origen o fábrica de privilegio o abuso. Fue el caso del dictador italiano Benito Mussolini que permitió el enriquecimiento ilícito de la familia de Clareta Petacci, la más famosa entre sus amantes. O, salvando las distancias, el de Paul Wolfowitz, el ex presidente del Banco Mundial que no tuvo mejor ocurrencia que subirle el sueldo a la secretaria con la que mantenía una relación amorosa. Si no existe abuso de poder, deberíamos respetar la vida privada de los políticos en la misma medida en la que exigimos respeto a la nuestra. Viene todo esto a cuento de la historia de Carla Bruni, la modelo y cantante franco-italiana cuya biografía sentimental «anterior» a su recentísima relación con Nicolás Sarkozy, el presidente de Francia, ha sido ampliamente difundida incluso por diarios que presumen de ser «periódicos de referencia», periódicos serios. Salvo a la ciudadana Bruni, ¿a quién diablos le importa si ha tenido relaciones sentimentales con éste o con aquél otro? ¿Es que ahora lo que llamamos el «periodismo global» consiste en colocarse al otro lado de la cama de los famosos para ir tomando notas? ¡Qué tiempos!

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