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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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SOLBES tiene razón, pero los beneficiarios de las propinas, también. En realidad, la única cosa que carece de razón es la propina misma, ese pago relativamente voluntario por el que el patrón resigna en su cliente una parte de la remuneración de sus empleados y que, en el ramo de la hostelería, llega en algunos casos a suponer la mitad del salario de éstos. La propina, por lo demás, es un dinero blanco que se convierte en negro o bien pasa al territorio de lo que no consta ni cotiza, cuando no se trata de un dinero negro que al pasar a las manos del trabajador se blanquea. Por eso es natural que a Solbes no le gusten las propinas, si bien encontró en el supuesto dispendio que provocan la «percha» o la coartada coyuntural para meterse con ellas. A un trabajador bien pagado han de antojársele siempre ominosas las propinas. La amabilidad, la dil igencia y el buen servicio corren por cuenta, allí donde la nómina del trabajador es bastante, de la casa, pero allí donde éste percibe un salario de hambre, cual suele ocurrir en tantos negocios hosteleros, el cliente o bien pretende asegurarse con la propina un trato mejor, o bien su conciencia social le impele a gratificar con ella al empleado que le ha dispensado un servicio superior al que correspondería en relación a lo que cobra. Se trata, pues, de un elemento, el de la propina, de distorsión, y, en consecuencia, de injusticia, pues libera al propietario de una parte de los gastos de personal, mientras que al trabajador, al que no saca de pobre, le coloca más cerca del ámbito de la servidumbre que del trabajo. La propina es fruto de los bajos salarios, de la codicia de quien los establece, y paradójicamente, de la solidaridad del que también se siente violento, en el fondo, dándosela a un igual.

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