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León

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AQUÍ vamos, un año más, dispuestos a vivir la navidad más extraordinaria de nuestra vida. Y cuando estas fechas concluyan, nos abordará, también de nuevo, la misma sensación de oportunidad desaprovechada, el agridulce sabor de lo que pudo ser y no fue. Todo, una vez más lo habremos vivido como una vacación que termina siendo irritante. Sin embargo ¿por qué nos seguimos aferrando al espejismo de lo navideño? Simplemente, porque no lo es. Los engranajes de lo sagrado siempre funcionan, nunca dejan de hacerlo, otra cuestión es que nosotros creamos que el misterio proviene de otro lugar, o que no sepamos verlo. No reduzcamos lo milagroso a que nos toque la lotería. Pese al horror, al dolor y al temor que envuelve al mundo...algo zigzagueará en algún rincón de nosotros, allí donde habita el niño que fuimos, donde la luz no se apaga, donde el amor nunca duerme y la inocencia es mucho más que una forma de ingenuidad. Algo se moverá, aunque no lo percibamos (o tal vez así). Sí, aquí vamos, un año más. Mucho será nuevamente, en efecto, desaprovechado. Volveremos a vivir lo extraordinario sin percibir su presencia, culparemos de ello al consumismo (el de los demás) y a la banalidad (de los otros), pero estará ahí, envolviéndonos con sus inescrutables -o no tan inescrutables- leyes de causa y efecto. En algún lugar de nuestra geografía secreta, allí donde nadie salvo nosotros entra, habrá luz en la noche. Un adulto echará de menos a ser un querido ¿hay algo más prodigioso que esa añoranza? Un perdedor hallará consuelo. Un ganador se quitará la máscara. Una carta llegará. Habrá una llamada. O tal vez no. Pero aquí vamos, una navidad más, dispuestos a adentrarnos en el espejismo que no lo es. Algo se moverá. Siempre es así. La epopeya del corazón humano.

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