EL OJO PÚBLICO
Mala noche
EL PAÍS que cena unido permanece unido: esa podría ser la expresión general de la metáfora. Vean sino. La noche del 24 de diciembre la inmensa mayoría de los españoles, por encima de diferencias de clase, geografía o ideología actuamos con esa homogeneidad que solemos perder de vista cuando oímos hablar a los que viven de sembrar nuestra discordia más cantada: la que, supuestamente, divide a los españoles por su lugar de nacimiento. Es lo cierto, sin embargo, que si uno pudiera ver con un catalejo desde el cielo, el «fantástico espectáculo de las familias españolas maniobrando» en Nochebuena, llegaría a la fácil conclusión de que, a fin de cuentas, somos cuspidiños: bolsas en mano, el gentío se va recogiendo a partir de las siete de la tarde, de modo que a las nueve sólo quedan ya en la calle los rezagados, los despistados o los pobriños que no tienen un hogar a donde ir. Después viene el jaleo de soperas, fuentes y botellas, que van llegando a la mesa mientras el Rey habla en la tele. Sólo algunos le prestan atención, pero da igual: en Nochebuena Don Juan Carlos es (perdonando) como el turrón de Alicante o el champán: una parte indispensable del decorado navideño. Pero hay más. Por encima de esa unidad sana y espontánea, está la diversidad que nos hace más ricos todavía: la que existe entre nuestros territorios y, sobre todo, entre quienes los habitan. Y así, aunque hay todavía quien querría, para acomodar la realidad a sus consignas, que el besugo, el bacalao, al marisco o el capón fueran expresión identitaria, la realidad es que ya todo está mezclado, sin que sea posible definir más tradiciones que las que se van asentando en cada casa. También en la cena de Nochebuena somos, como en todo lo demás, mestizo de pura cepa. Ya puestos a completar el escenario, no podemos olvidar a esos cientos de miles de inmigrantes -es decir, de nuevos españoles- que por proceder de otras tradiciones culturales, religiosas o sociales, sólo poco a poco y, en ocasiones, con gran dificultad, se van incorporando a nuestras fiestas. Que se unan a ellas, sin más renuncias que las que sean indispensables para convertirse en verdaderos ciudadanos, debería ser una aspiración de la España democrática. Finalmente, y para que no falte nada en la metáfora, mientras millones de españoles pacíficos, que no aspiran más que a vivir con tranquilidad y libertad, preparan el turrón y las almendras, para cantar después Noche de paz, los criminales que tratan desde hace casi medio siglo de amargarnos la existencia, preparan esa bomba que acabará estallando en Balmaseda. Para ellos todas las Nochebuenas son lo mismo: malas noches. Esa es, sin duda, frente a nuestra alegría, su tragedia.