EL RINCÓN
Todos distintos
HUBO UN TIEMPO, anteayer no más, donde hizo cierta obligatoria fortuna el eslogan de «España es diferente», como si no hubiera ningún país que no lo fuese. Se trataba de proclamar nuestra singularidad, como si existiera algún recoveco planetario que no pudiera exhibir características propias, bien determinadas por el clima, por la Historia o por la burrez de sus habitantes. Ahora, ampliando la consigna, lo que quería conseguir es que España sea diferente a ella misma y hemos dado un paso gigantesco: el Tribunal Constitucional acaba de admitir que se tengan distintos derechos en cada autonomía. ¿Cómo va a ser igual haber nacido en una zona donde abunda el agua que en una comarca árida? La renta per cápita es una nacionalidad y dentro del Estado hay notables diferencias que, por fortuna o por desgracia, sólo las notan sus habitantes. Somos un país de distancias íntimas y con un buen coche, de esos que ya tiene casi todo el mundo, puede atravesarse el territorio nacional de norte a sur en una sola jornada, parándose a comer en cualquier punto. Quiere decirse que en unas cuantas horas podemos transcurrir por regiones donde se vive el doble de bien que en otras. Dicho de otro modo: hay provincias donde se vive el doble de mal. Hace muy pocos días, el presidente Zapatero, presentando las obras completas de don Manuel Azaña, afirmó que su antecesor era «un español que entendía por patria la igualdad de los ciudadanos». Pues bien, esa igualdad ya se limita a los derechos fundamentales. En todo lo demás no existe. La sentencia establece la doctrina de que los estatutos de autonomía puede fijar derechos subjetivos. -¿Usted es español? -Depende de dónde, pero realmente ya me he acostumbrado a serlo.