DESDE LA CORTE
Tú también, Iglesia mía
EL GOBIERNO vasco se siente manipulado. «Basta ya de manipulaciones», dijo su portavoz. ¿Qué es lo que irrita de esa manera a la señora Azkárate? Una pregunta que le hicieron en rueda de prensa: querían saber si un accidente de tráfico de familiares de un preso etarra figuraba entre los supuestos que hacen hablar a su gobierno de «recrudecimiento de la violencia en Navidad». La portavoz lo negó: «La muerte en accidente no es un hecho de violencia». Sin embargo, la declaración del gobierno sí incluye esos sucesos entre los hechos a lamentar, y resulta llamativo que, entre las decenas de víctimas en las carreteras vascas, sólo un suceso de familiares de presos merezca el recuerdo oficial. Puede que haya manipulación, pero el tripartito de Euskadi da pie a los malentendidos. Es un signo de la confusión mental que sufren ante el terrorismo. Horas antes, un mensaje del propio señor Ibarretxe había causado estupor: equiparaba el terrorismo con las acciones judiciales para perseguirlo y con las iniciativas para ilegalizar fuerzas políticas. Es una confirmación de que la autoridad política vasca le sigue negando apoyo a sentencias como la que ordena el ingreso en prisión de la trama civil de ETA. Es un indicio de cómo se rechazan los mecanismos del Estado de Derecho para hacer frente a la violencia y trama civil. Y es un poco esperanzador anuncio de cómo será recibida la decisión de expulsar de la legalidad o suspender las actividades públicas de ANV. A estos dirigentes no les sirven las pruebas. Entienden todo acto de justicia como acto de colonialismo. No es un problema sólo de los políticos. El obispo Uriarte también tuvo el día de Navidad un recuerdo emotivo para los presos. Lamentó que no se los pueda cantar «Ven, ven chico a casa». Y eso, dicho sin reparar en el mal que esos «chicos» han hecho a la sociedad; sin fijarse siquiera en que han incumplido el Mandamiento de «no matarás», y sin recordar el daño irreparable causado a otras familias, es una frivolidad impropia de su jerarquía, una demagogia de púlpito, o un oportunismo religioso que quizá merezca la condena de Jesús: «¡Ay de aquél que escandalizare!» Todos estos testimonios, producidos en el brevísimo plazo de dos días, confirman la dificultad de entenderse. Desde los principios que dan vida a la democracia y a la libertad, es imposible comprender esa equidistancia entre terror y derecho en que viven los nacionalistas. Si esa percepción ya era pesimista, ahora contagian a la propia Iglesia Católica. Claro que todo puede empeorar. Esa Iglesia tan comprensiva con el delincuente todavía puede dar otro paso: proclamar mártires a esos «chicos». Supongo que depende de algún estado de necesidad.