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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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PUDIERA SER que enamorarse sea, en sí mismo, una cosa más de izquierda que de derecha, pero si es así, que quién sabe, los conservadores que se enamoran deben experimentar en sus circuitos eléctricos y en sus reacciones químicas, esto es, en su alma, la única revolución que sus ideas, sus miedos, sus fantasmas o sus intereses no pueden vedarle. El amor subvierte, transgrede, trastorna, cautiva, erige el sentimiento sobre las ruinas de la conveniencia pragmática y tantas veces mezquina, de suerte que un señor o una señora de derechas enamorados se convierten, sin que lo puedan evitar, en unos izquierdistas del corazón, en unos incendiados revolucionarios. Pero, ¿es eso lo que le ha sucedido, lo que le está sucediendo, a Nicolás Sarkozy? A Carla Bruni, la novia, que es de izquierda y apoyó a la rival socialista de su novio en las últimas elecciones, lo que le pasa es más coherente, que se ha enamorado otra vez y lo vive como si fuera la primera, pero Sarkozy, el triunfador, el persecutor del éxito, el poder y la fama, el amigo de los millonarios, el amante del lujo y de la buena vida, ¿se ha enamorado de veras o se ha enamorado de la Bruni, que está como un tren, por pura ostentación y afán de rejuvenecimiento? Nicolás Sarkozy, que en política le da a todo y toca todos los palos (como Pepe Bono, pero en francés), pudiera ser igualmente ecléctico en otros territorios de la vida, y por qué no en éstos interiores donde se fragua la alucinación del amor. Si es así, si se ha enamorado de la Bruni como un cadete, algo bueno tiene ese hombre, algo de hombre verdadero, que se ocultaba bajo su disfraz de Napoleón. Y a lo mejor esa revolución que le incendia acaba desbordándosele y deja de fastidiar a los inmigrantes y a los trabajadores en general.