EN BLANCO
Aparcamaridos
NO VA más, señoras y señores. Hasta aquí ha llegado el ajetreado 2007, un año cuyo telón de fondo estuvo ocupado por las luces y sombras que son aliño cotidiano de nuestras vidas. Diversos y a cada cuál más interesantes temas han sido carne de primera página: desde la resurrección violenta de ese eterno don Tancredo que sigue siendo ETA, a la conversión de Tony Blair al catolicismo, no se sabe si para pillar tajada o animado por motivos más nobles. O desde la consolidación del AVE y sus ramales a León, hasta la actuación en Ponferrada de los hermanos Calatrava, menos valorados entre el gremio de los humoristas que una escupidera. Aunque, eso sí, con el loable propósito de recaudar fondos para Toñín, el niño de Fabero al que sin duda lograrán rescatar de la enfermedad que padece. Pero desde mi punto de vista, el bombazo informativo del curso es el nacimiento del llamado «aparcamaridos», nueva figura social recién salida del horno. El tema es así de simple: cierto centro comercial de Hospitalet ha creado una zona para que los clientes masculinos descansen y se entretengan, mientras sus queridas esposas hacen uso a discreción de las tarjetas de crédito, esos artilugios que algunos equiparan por su peligrosidad a las armas de destrucción masiva, y no las que achacaban al difunto Sadam, que Alá le tenga en su seno. Aunque hasta ahora no se sabía quién era el juguete en la relación entre hombre y mujer, semejante parada de monstruos y de almas en suplicio, atormentadas por el cascabeleo de las cajas registradoras, evidencia que ellas hacen «tic» y nosotros hacemos «tac». Sólo queda rezar.