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TRIBUNA

La masificación en nuestra sociedad

Publicado por
JULIO DE PRADO REYERO
León

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LA MASIFICACIÓN es un fenómeno muy acusado en la posmodernidad y que ha dado como resultado que hoy no sólo en las grandes concentraciones urbanas sino también hasta en los núcleos rurales más insignificantes el ciudadano corra el peligro de quedar sumergido en todo o en parte de su ser de manera alienante en sus fondos hasta llegar a la degeneración de su persona, quedando seriamente afectada en su dignidad, libertad, desarrollo, originalidad, creatividad, responsabilidad, culpabilidad, etcétera¿ A este tipo de individuo nuestro filósofo Ortega y Gasset le ha denominado hombre-masa. Y si bien su alumbramiento es relativamente moderno, la verdad es que no se trata de un engendro reciente sino que viene ya de los comienzos de la Edad Moderna como contestación a las estructuras sociales, económicas, religiosas, morales, culturales, etcétera¿ heredadas de la antigüedad, vigentes en la Edad Media, pero que entran ya en crisis a partir del Renacimiento. Además tampoco se debe ignorar que nuestra civilización mediterránea hereda su espiritualidad del judaísmo, que ya frecuentemente se había visto en la necesidad de enfrentarse con serios obstáculos para salvaguardarla como se constata por advertencias como estas del profeta Isaías: «recorred las calles de Jerusalén, mirad bien y enteraos, buscad por las plazas a ver si os topais con alguien que practique la justicia, que busque la verdad»; lo que cínicamente reconoce el filósofo griego Diógenes buscando en pleno día con una tea encendida en sus manos por el ágora de Atenas al «hombre», que ya no encuentra, teniendo más tarde que imponer justicia y derecho los romanos porqué en los mejores días de su Imperio ya «un hombre para otro hombre es un lobo», como rezaba su adagio, dejando sin resolver el siempre vergonzante problema de la esclavitud, que solamente encuentra solución plena y satisfactoria en la que hoy llamamos civilización del amor, que aporta el cristianismo a nuestra sociedad y que lejos de considerar al «otro» ya como enemigo, desconocido, extranjero o extraño tampoco se contenta con llamarle semejante sino que le acepta como hermano por considerarnos todos hijos de un Dios Padre común de todos los hombres. Esta es la civilización, que durante siglos hemos tratado de vivir mejor o peor en nuestra Europa y muy concretamente en nuestra España, estando orgullosos de llevarla y ofertarla a los hombres de otras latitudes. Situándonos ya en el siglo XX cuando el periódico es el principal medio de comunicación social, concretamente en el año 1927, nos encontramos con que el novelista y periodista español Julio Camba, siendo corresponsal de prensa en el extranjero escribe desde Londres: «En Francia, en España, en todas las partes uno es persona cuando tiene personalidad. Aquí en Inglaterra no se es persona hasta que no se pierde la personalidad por entero». Tres años más tarde el mismo Ortega y Gasset formado en la escuela alemana de Magdeburgo cuando Europa comenzaba a vivir sus más duras crisis de la historia para ponernos en guardia ante los males que podían derivarse de la masificación escribe su famosa obra «La rebelión de las masas» , en la que afirma que «lo característico del momento es que el alma vulgar tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiere» sin apercibirse que ya en nuestra sociedad conviven dos realidades sociológicas muy diferenciadas; a saber las minorías y la masa, y mientras que las minorías las integran grupos o personas especialmente cualificadas en un campo concreto, la masa la forman las restantes sin cualificar, que sin distinguirse externamente de las demás y sin merma alguna ya de derechos en realidad tienden a repetir untito de vida genérico y común a todos los demás, que son los que ahora se encargan de inculcar los poderosos medios de comunicación social, conocidos como mass-media (publicaciones, radio, TV, Internet, Bancos de datos, etcétera¿) muy hábilmente manejados por los grandes trusts, que controlan toda la publicidad y organismos de opinión dirigidos al gran público. Para ello se seleccionan noticias, opiniones y mensajes subliminales, que ofrecen a manera de bombardeo una determinada percepción de la realidad, que tratan frecuentemente de recambiar la verdad por la realidad mediática, fieles a ese espúreo principio o slogan «muchas mentiras repetidas hacen una verdad». Los protagonistas de la noticia preferidos son sobre todo personajes exitosos de nuestra sociedad de consumo convertidos en mitos, aunque en realidad no pasen de mediocridades, con el pretexto de aportar nuevos aires de modernidad como si se tratase de nuevas verdades en contraposición con lo tradicional y otros novísimos valores considerando a los pasados como obsoletos y superados. Otro tanto cabría decir de los criterios que se ofrecen, que afectan más a lo concreto e individual que a las exigencias del bien común, del que alegremente se prescinde a la hora de legislar, juzgar o aplicar la ley, apoyándose más bien en débiles y discutibles mayorías democráticas forzadas por la férrea disciplina de partidos, que se atribuyen competencias en todo lo humano y lo divino. A este respecto me parece muy interesante la reflexión, que un experto como es el Papa Benedicto XVI hacía este verano durante sus vacaciones en las montañas de Italia: «Hoy prevalece la idea de que sólo es racional -es decir- procedente de la razón lo cuantificable. Las demás cosas, como las materias de religión y moral, no formarían parte d ela razón común al no ser verificables como se suele decir no es posible someterlas a experimento peso o medida. En esta situación, moral y religión se ven prácticamente expulsadas de la razón y el único y último criterio de la moralidad y de la religión es el sujeto con sus sentimientos, con sus experiencias, con sus eventuales criterios elaborados por el que decide¿; por lo que se consideran cambiables de un día para otro. El hombre se cierra solamente a lo material y palpable, siendo remolón a la voz de nuestra propia conciencia y a la de Dios». Finalmente considero que es muy oportuno concluir esta reflexión con un aviso para navegantes, que hacía ya a mediados del siglo XIX el Conde de Montalelembert, escritor y político francés y por más señas fundador del diario francés L'Avenir , quien enfrentándose a las arbitrariedades y atropellos de Napoleón III contra la Iglesia y los católicos le recordaba: «El pueblo perdona a los que le oprimen, pero no perdona nunca a los que le engañan».