Angulas

YA ENTRAN angulas a las rías del Cantábrico, aprovechando noches oscuras de marea viva. Su piel blanca está a punto de tiznarse de negro al llegar al agua dulce, preludio de su ascenso por los ríos costeros. Han sido tres años de vida pelágica para que la corriente del Golfo y los vientos de poniente las acerquen desde el Mar de los Sargazos, punto de desove de las anguilas adultas. Su aspecto, en el periplo marino, era de larva transparente, parecida a una hoja, que vive del plancton. La anguila ha pegado gran bajón en la red fluvial de Europa, cada vez más contaminada y llena de presas que impiden su migración. Si no, que se lo pregunten a los vecinos de Lago de Carucedo, en cuyas nasas capturaban miles de anguilas que se vendían por todo León, cosecha desaparecida al llenarse el Sil de embalses. Aquellas gruesas anguilas plateadas, de hasta tres kilos de peso y cabeza puntiaguda, engordadas durante 4 a 10 años en las pozas de cangrejos, gusarapas y ciprínidos, bajaban al Atlántico aprovechando las aguas altas del otoño. Más del 25 % del peso son grasas que les permiten el largo viaje submarino en el maduran sus gónadas. Algunos ejemplares mantenidos en albercas han vivido hasta medio siglo. Si antes, en Europa, se capturaban unas 20.000 toneladas de anguila al año, hoy la pescata se limita a la quinta parte de ese tonelaje. Con unos precios que esta Navidad han llegado a los 1.400 euros por kilo de angulas, no es extraño que su persecución sea desmadrada. El destino de estas angulas es variopinto, con una minoría consumidas por gastrónomos ricachos, en especial en Japón. Los que nos conformamos con el sucedáneo de las gulas, al menos conocemos que una mínima cantidad de angulas que hacen de aromatizantes acompañan a la papilla cárnica de estos gusanitos que freímos con ajos y guindillas. Otra parte de las angulas vivas las compran los piscicultores italianos del delta del Po, cuna, cuando crezcan, de deliciosas anguilas ahumadas.