Diario de León
Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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LA IGLESIA católica, faltaría más, tiene todo el derecho del mundo a expresar sus opiniones sobre cualquier tema, incluso en multitudinarios actos callejeros como el que estos últimos días ha celebrado en Madrid. La Iglesia católica, es evidente, está en su perfecto derecho de marcar normas de conducta a sus fieles y de intentar orientar su comportamiento como entienda que es correcto. La Iglesia católica puede incluso, si lo considera pertinente, mostrarse crítica con el gobierno de turno. Y la Iglesia católica, como cualquier otra confesión religiosa, debe merecer el respeto de la ciudadanía y de las instituciones del Estado. Hasta aquí, estupendo. Lo que ya no puede pretender la Iglesia católica, ni ninguna otra, es imponer su visión del mundo, su concepto moral y sus principios éticos como norma universal aplicable a creyentes, agnósticos, ateos, judíos, musulmanes o mediopensionistas. Mensajes tan catastrofistas y tan alejados de la realidad como los lanzados en el mencionado acto madrileño no sólo no contribuyen a reafirmar el sin duda importante papel que tiene la Iglesia en nuestro país sino que más bien ayudan a colocar a esta institución en la caverna de la historia de la que no acaba de salir. A diferencia de lo que ocurre en el mundo musulmán que, con razón, tan empeñados estamos en cambiar desde Occidente, la religión en nuestro modelo social es un asunto privado en un contexto de clara separación Iglesia-Estado. Pese a su importante peso en sectores clave como la educación o la acción social, sólo desde una situación crítica y de una decreciente influencia de la Iglesia en la vida pública puede entenderse esa exagerada reacción y ese atrincherarse en el pensamiento más reaccionario, que es la peor vía para recuperar prestigio y situarse en el lugar que le corresponde.

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