Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMË
León

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LOS DESAFORADOS decibelios de la fanfarria navideña y el angelical espíritu del polvorón, filosofía buenista asociada tradicionalmente al cambio de año, han difuminado la trascendencia histórica de la llamada Declaración de San Mamés, un plantel de arrebatos que algunos consideran el mayor acontecimiento desde la venida al mundo de Cristo. Aunque el fútbol sea la única religión global que tiene vigencia hoy en día, lo cierto es que el deporte nacional en España y pueblos asociados consiste en estar cabreado. Así que chapoteando en los enfangados andurriales de la demagogia, los Gobiernos catalán, vasco y gallego reclaman el reconocimiento internacional de sus respectivas selecciones «nacionales». ¡Que venga el doctor House para hacer un primer análisis, por favor! El fútbol, dijo Orwell, es una guerra sin disparos, así que los nacionalismos alimentados por una mentalidad de nosotros contra ellos, han dedicado estas fechas a realizar un salto creativo y convertir el balompié en signo de identidad propio. Se trata, en realidad, de otra de las maniobras de tanteo a las que estamos desdichadamente acostumbrados, aunque en esta ocasión utilizando el arte del disfrute que trae consigo el fútbol. Uno nunca sabe lo que traerá el mañana, si es que piensa traer algo, pero mientras aguardamos a que la Seguridad Social incluya en su menú los transplantes de cabeza, el tontiloquismo de semejante propuesta está envuelto en la arcada del absurdo. ¿Alguien, en su sano juicio, se imagina el partido Inglaterra-Oleiros? ¿O el sensacional choque entre Sestao y Alemania? ¡Ay, Señor, qué cruz!

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