AQUÍ Y AHORA
La sentencia del tigre
VUELTA A LA VIDA normal tras las celebraciones navideñas. Y no quiero dejar pasar la oportunidad sin comentar algo que, de otro modo, pasaría inadvertido en medio del ruido ambiente que nos ensordece. Resulta que un ciudadano alemán intentó dar de beber a unos tigres de Bengala que había enjaulados en un circo, en Castellón de la Plana. Uno de esos tigres lo dejó manco de un zarpazo. La víctima acudió a los tribunales, solicitando una indemnización por el hecho. Ahora, según cuentan los periódicos, el Tribunal Supremo ha dicho la última palabra: ese hombre no tiene derecho a ser indemnizado, porque debía conocer el riesgo de su acción, porque toda la culpa de lo que le ocurrió fue suya y de nadie más y porque el circo observaba todas las medidas de seguridad exigidas. Me han llamado la atención dos aspectos de esta noticia. El primero es que un razonamiento tan transparente haya llegado hasta el Supremo, sin haberse terminado el pleito la primera vez que se dictó sentencia. Es, desde luego, comprensible que ese insensato ciudadano haya intentado buscar alguna forma de compensar su grave minusvalía sobrevenida, pero el recurso a los tribunales para que paguen quienes no tienen por qué hacerlo aparece como una muestra de desvergüenza realmente notable. El otro aspecto es que esta sentencia haya merecido ser noticia. Yo entiendo que sea noticia el zarpazo. Pero no tanto que lo sea una sentencia tan ajustada a derecho y al más elemental sentido común. Más bien la noticia sería la contraria: que los tribunales ordenasen a los dueños del circo indemnizar a este hombre porque se saltó las vallas de protección, abrió la puerta de la jaula y metió un brazo. Eso sí que sería un notición. Hay, me temo, una explicación al hecho de que sea noticia ese veredicto. Vivimos un tiempo en que es un hecho raro el aceptar de buenas a primeras que las personas son responsables de sus actos, incluidos aquellos que les perjudiquen. Aquí está muy extendida la creencia de que uno puede hacer lo que le dé la gana, y alguien pagará los platos rotos. Pero todavía quedan jueces en España.