EL RINCÓN
Primeros estudios
EL SUPREMO de los Estados Unidos comienza a interesarse por un asunto que merece la consideración de vital, ya que afecta a la pena de muerte. No se trata de suprimirla, sino de mejorar los procedimientos para que se cumpla. Ya Mart Twain, que era un humorista, abogó por la supresión de la llamada pena capital, pero puso una condición: que empezaran los señores asesinos. En el Imperio sigue habiendo partidarios, pero lo que ahora estudia el Tribunal Supremo de Justicia es si la forma en que se aplica en algunos Estados es cruel. Se establece el debate no sobre su licitud, o sea si está bien asesinar a un asesino, lo que según Borges equivale a autorizar a comerse a un caníbal, sino si es o no es constitucional la inyección letal, aunque esté precedida de la desinfección de la aguja hipodérmica, para evitar cualquier posibilidad de infección. De la decisión del alto Tribunal depende la vida de cuarenta condenados. Si la declaran anticonstitucional, su estancia en el «corredor de la muerte», que tiene vistas a otras celdas, puede prolongarse. Mientras hay vida hay esperanza. Lo malo es que esa esperanza se reduce a otras fórmulas, ya ensayadas con éxito: la cámara de gas, que hace subir mucho los gastos, o la silla eléctrica, que también aumenta los recibos de la luz de las penitenciarías. Lo que allí se discute son las maneras, que siempre importan. Están ante el discurso del método, no ante una posible derogación de la pena de muerte, que parece lejana y va a permanecer, gane Hillary o gane Obama, si es que no ganan los republicanos, en cuyo caso verá reforzada su continuidad. Parece que la cosa va a menos en el Imperio. Durante el pasado 2007 únicamente se registraron 42 ejecuciones. Sólo a unos pocos hubo que desearles felices Pacuas. Año Nuevo, muerte nueva.