Osos amorosos

SE HA armado la marimorena con los hallazgos sobre la conducta del oso pardo publicados por el naturalista noruego Sven Elmorgk, tras investigar varias depredaciones sobre ganado ovino en las Montañas Escandinavas. Allí, en verano, cerca de Trondheim, pastan libres las ovejas en los calveros de pasto de los pinares de los fiordos. Al tasar los daños, el científico se percató de que los carneros eran predados y devorados sin contemplaciones, mientras que una parte considerable de las ovejas atacadas quedaban solo heridas, con una peculiar característica: un mordisco suave en la nuca, con lana arrancada y algo de hemorragia, y unos enigmáticos desgarros anales. Gracias al seguimiento de un macho radiomarcado, de nombre Odín, nuestro sabio observó visualmente, al atardecer, que el plantígrado realizaba sigilosos recechos a ovejas solitarias que terminaban con el enculamiento o sodomización de la interfecta, reteniéndola mediante un mordisquito nucal y abrazo de las zarpas delanteras mientras practicaba sus espúreos juegos amatorios por retambufa con la lanuda. Sven, tocado de gran sentido del humor, ha propuesto al Ministerio de Medio Ambiente de Noruega cambiar el nombre mítico del oso por el de Marlon, en recuerdo del artista de cine Marlon Brando que declaraba que le encantaba hacer el amor con patas, palmípedas que le producían orgasmos mucho más brutos que cuando yacía con sus concubinas. En la Montaña de Riaño no he tenido conocimiento de estos hechos. Sin embargo, consultando un documento parroquial del siglo pasado, se acusa a una mujer de Cuénabres de prácticas de brujería, por enviar a parejas con problemas de infertilidad a pasar la noche abrazados al rastrillo del diablo, figura de once trazos de un roblón vecino a la cueva del Espertín. El susodicho rastrillo consiste en los rasponazos de las zarpas de un gran oso pardo, cinco por mano, y, en el centro, una gruesa acanaladura presuntamente horadada por el falo del plantígrado.