EL RINCÓN
Ciudadano catana
CUALQUIERA puede encontrárselo en ese impaciente trance verbenero donde se aguarda que el semáforo cambie el ámbar por el verde. También podemos cruzarnos con él en mitad de la calle o ser ese desconocido contiguo de nuestra localidad en el cine. En todo caso es un prójimo, o sea un próximo, pero la verdad es que se diferencia algo de los otros. El juez de Menores ha ejercido con él un tipo de piedad que consiste en aumentar el riesgo del resto de sus compatriotas. Hablo de ese enérgico perturbado conocido como «el asesino de la catana». Cualquiera puede tener un mal momento. El muchacho mató a su padre y a su madre con esa espada japonesa que pincha y corta un pelo en el aire. No satisfecho con esa poda en su árbol genealógico, se cargó a su hermana pequeña. Ahora este chico conflictivo, que en la actualidad tiene 24 años, ha sido puesto en libertad y no tiene vigilancia policial. ¿Cómo reprobar el perdón? Todos, o casi todos, menos los que lo otorgan, aspiramos a él. La misericordia está un escalón más alto que la justicia, pero no deja de ser algo inquietante que ese plusmarquista del crimen, ahora que tanto se habla de la familia como institución sagrada, pueda estar suelto después de haberse cargado a la suya. El chico está como una cabra, pero las cabras no usan catana. Tiran al monte, pero no tiran a degüello. Los señores jueces le han perdonado ocho meses de internamiento terapéutico, pero eso no hace al caso. Da igual ocho que ochenta. El problema consiste en no saber si el agresivo majara va a volver a tener un mal momento y va a volver a llevarse por delante a todo el que tenga a su lado. A ver si tenemos suerte y no se le ocurre entrar al mismo bar en el que estemos nosotros tomándonos una copita y fumándonos un cigarro. Si le molesta el humo, lo mismo vuelve a sacar la catana.