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León

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CADA vez me cargan más los intolerantes que, lamentablemente, crecen y se multiplican. Están en los debates de televisión y, algo menos, en las tertulias de la radio. Están en las portavocías -habría que llamarles voceros, peyorativamente- de los partidos y entre los columnistas. Pero, lo que es peor, están en la calle, en la escuela, en el trabajo, en las casas, muchas veces en nuestra propia casa. Cada día nuestra sociedad es más intolerante, rechaza más la discrepancia o la diferencia y las atacan con insultos, agresiones y violencia. Deberíamos mirar un poco más hacia adentro y estudiar las razones de una intolerancia que afecta a personas aparentemente «bien» educadas, intelectualmente «preparadas»... Dicen que la educación y la cultura favorecen el respeto y la tolerancia. Parece que no. La rigidez social es de tal nivel que la mayor parte de los ciudadanos no quiere convencer al otro, sino vencerle como sea. Los que piensan de una manera no ven mancha alguna en los suyos y no quieren contaminarse leyendo o hablando con «los otros». Muchos amigos han dejado de hablar de política para no acabar con la amistad. En la familia hay muchos temas que ni se tocan, para que no estalle la guerra. En la política, cargada de toneladas de intolerancia, no hay debate ni respeto. La forma de laminar a Gallardón -y cómo lo celebran algunos de su mismo partido- es una intolerancia con la pequeña discrepancia. La manera de recibir a Manuel Pizarro y su noble ejercicio de pasar de la empresa a la política, y no al revés como otros, es de una intolerancia miserable. Algunas de las cosas que se han dicho sobre él en Cataluña o en Madrid -¿por qué en todos los charcos sucios tienen que patear siempre José Blanco y Diego López Garrido?- son puro sectarismo. Le han llamado «tiburón de los negocios», «capitalista salvaje», «fomentador de la catalonofobia»... Y nos parece normal que unos políticos pagados por el pueblo o que unos tertulianos pagados por los dueños de unas cadenas de televisión den un testimonio de intransigencia y de arbitrariedad. Eso está pasando en buena medida también con la Iglesia católica y no sólo en España. El Papa Benedicto XVI ha tenido que suspender una visita a la Universidad pública de La Sapienza -¡la Sabiduría!- porque un grupo minoritario de profesores -67 de 4.767- y alumnos estaban en desacuerdo con una cita ajena sobre Galileo que el Papa... ¡leyó sin asumirla en 1990! «Dios es peligroso» es el título de un largo artículo de opinión de un sociólogo en un prestigioso diario nacional... Son los intelectuales, los que piensan, los que han apostado por la cultura, los que buscan la verdad. John F. Kennedy decía que «si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas». Pero a Kennedy le mataron hace muchos años y, además, no era español.