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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL GOBIERNO de Madrid prohibió una manifestación, pero no se ha notado porque hay muchas. Todo se originó con la muerte de un menor, al parecer antifascista, originada por un mayor, al parecer neonazi. La manifestación prohibida sobrepasaba el desdichado suceso y quería convertirse en una apoteosis de la xenofobia y el racismo, envueltas ambas cosas en el muy noble propósito de aumentar la seguridad ciudadana. Se hablaba de los extranjeros, así en general, como «esa escoria venida de tierras lejanas». Es de suponer que no se aludía a los turistas ricos que llegan armados con cámaras fotográficas, sino a ciertas bandas, no necesariamente kosovares, que disparan otros artilugios. Cuenta Alvin Toffler un experimento realizado con pollitos recién nacidos por unos científicos de bata blanca. Se escoge uno al azar, que anda piándolas como todos sus hermanos de raza, y se le tiñe de verde. Sus hermanos de camada son unánimemente amarillos y no se sabe cómo se ponen de acuerdo, pero todos picotean hasta matar al intruso. No somos pájaros, pero también entre los humanos se dan aves de mal agüero. No es el menor de nuestros problemas, incluyendo el de las listas electorales ahora agravado por la exclusión de Gallardón y la posibilidad surrealista de que Ana Botella acceda a la alcaldía de Madrid, el que supone la integración de los inmigrantes. Hay más de tres millones y medio con permiso de residencia y cinco millones empadronados. Unos se preguntan si se han abierto demasiado las puertas y otros se preguntan por qué hay puertas. Lo que no se entiende es por qué se les llama «escoria». Algunos son soldados de nuestro Ejército, aunque no puedan cantar el himno. La letra no ha gustado.