AL DÍA
Aguirre, la cólera del PP
LA MEZQUINA historia del defenestramiento político de Alberto Ruíz Gallardón, consumado el martes, no es una historia de buenos y malos, sino de ambición por el poder, y ni siquiera está claro que hayan ganado, cual suele suceder en la vida, los peores. Aunque su actual imagen sobrevenida de víctima de la conjura obre a favor del todavía alcalde de Madrid, nimbándole con el aura de inocencia, nobleza y rectitud consustancial a las víctimas de la política española, nadie olvida, o cuando menos nadie debería olvidar, que el hoy caído y fantasmático personaje ha venido obrando con absoluto desprecio del bienestar de los madrileños desde su Olimpo del consistorio madrileño, regido en la sombra, al parecer, por las grandes constructoras de túneles innecesarios (M-30) y de rascacielos más innecesarios aún (extinta ciudad deportiva del Real Madrid). Gallardón, el «progre», ha contribuido como ninguno de sus antecesores en la alcaldía, incluido el infausto Alvarez del Manzano, a hacer de Madrid una ciudad inhumana, irrespirable e inhabitable, aunque sus pares del Partido Popular no le han echado, ni remotamente, por eso. El hecho de que Esperanza Aguirre, valiéndose de la inanidad de Rajoy y del furor superviviente de los Acebes y Zaplanas, haya logrado al fin su propósito de abatir a su enemigo sin evitarle ninguna humillación, no quiere decir que Gallardón no hubiera hecho, de haber fructificado sus reiterados intentos, lo mismo. Ambos, Gallardón y Aguirre, protagonistas de una vieja «liason» con claros ribetes de sado-masoquismo, ambicionan lo mismo, una cosa en la que sólo cabe uno, el inquilinato futuro de La Moncloa, y como sólo uno cabe, sólo uno ha quedado, el más listo o el más implacable acaso, en expectativa de ese destino soñado. No es, desde luego, una historia de buenos y malos, sino de vencedores y vencidos en la salvaje lucha por el poder.