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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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VIVE EL CINE momentos difíciles y cuando se publican los balances de 2007 saltan las alarmas tanto de la débil industria española como de los exhibidores, que ven cómo se reduce el número total de pantallas en el país, después de unos años de crecimiento. Alarmas que son aprovechadas por los que han decidido demonizar al cine no por sus condiciones artísticas sino por sus supuestas convicciones políticas, pero ésa es otra historia. Lo cierto es que el año pasado el número total de espectadores de cine en España se redujo en casi 20 millones, pasando de más de 121 en 2006 a 102 millones en 2007. Las películas españolas perdieron cerca de seis millones de espectadores e incluso el todopoderoso cine estadounidense redujo la asistencia en 17 millones. En términos de cuota de mercado y de recaudación, el año ha sido realmente malo y ni siquiera éxitos puntuales como el de El orfanato han arreglado la situación. Pero hay otro análisis comparativo que, quizá por desconocido, resulta más sorprendente. La producción cinematográfica nacional, modesta pero fuertemente arropada por un entramado mediático e industrial, además de beneficiada por mecanismos legales de financiación extraordinarios, arroja cifras significativamente inferiores al teatro que, pese a su fragmentación y modestia publicitaria, mantiene desde hace años tasas notables de incremento, tanto de público como de recaudación. Entre el 2000 y el 2004, el número de espectadores de teatro pasó de doce a más de quince millones y la recaudación de 121 a 183 millones de euros, superando ampliamente a la del cine español, que roza los cien millones en el mejor de los años. Seguramente que no son éstas magnitudes tan sencillamente comparables pero no me negarán que, al menos, son llamativas.