TRIBUNA
Un lazo entre ciudades hermanas
LAS ELECCIONES generales ya están ahí. Como el mariscador que se apareja a la captura de percebes, los políticos se pertrechan de promesas a la conquista de votos. Érase una vez uno de ellos, pésimamente informado, prometiendo un puente. Se oyó una voz: -¿Para qué queremos puente si no tenemos canal? -Pues... os prometo un canal. -¿Para qué queremos canal si no tenemos agua? -Pues... os traeré agua. -¿Para cuándo? Para las fiestas, concluyó el político, que se llevó los votos pero no trajo el agua. De ahí la palabra aguafiestas, en mi acepción etimológica muy particular. No quisiera ser aguafiestas, y menos ante la próxima investidura como doctor honoris causa por la Universidad de León del excelentísimo señor Aníbal Cavaco e Silva, presidente de la República Portuguesa, el próximo día 11 de febrero. Hay una vieja demanda leonesa, impulsada recientemente por la Asociación de Amigos de Portugal, acompañada de numerosas voces expertas y respaldada con firmeza por nuestros hermanos portugueses. Me estoy refiriendo a la pretendida autovía León-Bragança. Y nunca mejor dicho, pues ambas ciudades se unieron fraternalmente hace un par de años. Se dice que detrás del éxito de los hombres siempre hay una mujer. No lo dudo. Ni tampoco que detrás de una carretera siempre hay un prohombre, que si no tiene el poder de las decisiones, puede que tenga el de convencer a quien lo tiene. No creo que merezca mayor comentario. No obstante, por si alguien lo pone en duda, voy a intentar demostrarlo en cuanto a nuestra tierra leonesa que, mutatis mutandis, es como una Polonia anclada en la península ibérica. Limitada ésta de norte a sur por dos potencias (Rusia y Alemania), que la han masacrado a lo largo de la historia, va tirando la nuestra, ancestral y altiva, aunque un tanto indolente y emparedada entre Asturias y Valladolid. Fuera de las dos de peaje, parten de León dos autovías en efectivo, más otra en ciernes, y la pretendida con Portugal, en fase de súplica o postulación. Si esta última se lograse, León, como centro neurálgico de comunicaciones del noroeste, quedaría cosido por autovías por todos los lados. Antes de referirme a cada una de ellas, voy a ocuparme, a modo de preámbulo, del tramo Benavente-Zamora (ya en obras de autovía), por haberla sufrido durante lustros. Incluso después de la «muerte del difunto», era tal su abandono que, siendo vía nacional, no andaba alejada, en cuanto al firme, de tortuoso camino vecinal. Para mejorarla, se licitaron obras que cayeron, sabe Dios por qué o por quién, en manos de inoperantes empresas constructoras zamoranas. Hasta que la última quebró, pasando la obra a ser gestionada por Agromán, y se acabó el problema. Pero antes de eso, al empalmar en Benavente con la de Madrid-La Coruña, el tramo se abría en cuatro amplios carriles. El sorprendente ensanchamiento tenía nombre propio, un ministro de Obras Públicas apellidado Silva Muñoz, natural de Benavente, una casualidad, sin duda. Rebasada Benavente, la carretera perdía interés, adelgazaba y volvía a entrar en lenta penuria camino de Galicia: Hasta que otro político de raza, casualmente gallego, el señor Fraga Iribarne, convirtiola en rápida autovía con dos ramificaciones: Vigo y La Coruña. Qué decir de otras autovías, como las de Andalucía, que proliferaron como topillos en tiempos del «Felipato», esto es, cuando los señores González y Guerra, andaluces de pro, eran los mandamases de la patria grande. En cambio, por aquel tiempo, Salamanca no tenía un sólo kilómetro de autovía, y eso que es territorio limítrofe con Portugal. Recuerdo que ni siquiera los salmantinos contaban con una carretera de circunvalación que evitase el tránsito contaminante de los potentes TIR Veículo Longo por el centro de la ciudad. Tuvo que venir Bruselas a ayudarnos. Pero, mientras los portugueses ya han hecho sus deberes autoviales, la autovía española hasta Fuentes de Oñoro tiene aún obra para rato. La autovía León-Burgos (1992-1998, 157 km. y 400 millones de euros, 20% a cargo del Estado y 80% a cargo de la Junta) fue un empeño personal del señor Lucas, a la sazón Presidente de la Junta, aunque su sucesor, el burgalés señor Herrera, no debía estar muy lejos. Con poco tránsito, era y es una delicia circular por ella. En cambio, por la misma época y aún después, la carretera N-630, de León a Benavente, discurría transitadísima y peligrosa por cruzar gran número de poblaciones. La cosa no era muy racional y menos aún dentro de la misma Comunidad. Algunos arreglos se hicieron en esta última, como, por ejemplo, ensanchar arcenes y eliminación de la fatídica curva de Villalobar, donde muchos asturianos dejaron de beber sidra para siempre. Eran tantos los accidentados desde Asturias hasta Benavente, que a un capitoste se le ocurrió la macabra y peregrina idea de colocar carteles en la cuneta enumerando la mortandad: «Aquí dos muertos», «aquí tres y dos heridos graves», etcétera. Con el genial humor negro que le caracterizaba, Gila decía: «Fui de tal sitio a tal otro a doce muertos por hora». León y Benavente acabaron por unirse en autovía (2001-2003, 65 kilómetros y 177 millones de euros). Hubo que abrirla al tráfico deprisa y corriendo, antes de las elecciones del 2004, que, dicho sea de paso, no sirvió para ganarlas al partido de su determinante hacedor, el asturiano ministro de Fomento, señor Álvarez Cascos. León se benefició, por el simple hecho de que la comunicación de Asturias con Madrid debería pasar impepinablemente por tierra leonesa. De otro modo, mucho me temo que aún estaríamos con la curva de Villalobar. Lo demuestra el hecho de que los accesos a León capital no figuraban en el programa, han estado desatendidos y hoy en día no son para celebrarlo. Alguna ventaja tendríamos que tener los cazurros, por ser vecinos de quienes el sabio refranero califica de «locos, vanos y mal cristianos». Ha quedado demostrado que detrás de cada carretera hay un nombre propio vinculado al terruño. Volvamos ahora a la pretendida autovía León- Bragança. ¿Se conformarán la Junta o el Gobierno central tan sólo con empalmar el pequeño tramo, poco más de una veintena de kilómetros, desde la frontera portuguesa hasta Puebla de Sanabria? ¿O alguno de los políticos se inmortalizará atreviéndose a prolongarla en 120 kilómetros más hasta León? ¿Qué nombre podría estar detrás? ¿Zapatero, Alonso, Silván, Carrasco...? Las elecciones están ahí. No sé si el señor Silván, de la mano de doña Isabel, están por la labor de llevar al cónclave del PP las virtudes de un proyecto refrendadas por instituciones y especialistas afines a diversos credos políticos. A estas alturas, el señor Palazuelo ya habrá convencido a su colega y correligionario señor Fernández a presionar para que el proyecto ocupe un lugar en el programa del PSOE. En cualquier caso, los partidos tienen una figura que es el «cuentavotos», o sea, el encargado de contabilizar los posibles sufragios para que los proyectos se conviertan en promesa electoral y ocupen su lugar en el programa. Que la hipotética autovía figure en los programas de los partidos ya sería un paso adelante. Para que ello se cumpla, deberá haber inevitablemente un prohombre que eche toda la carne en el asador sin miedo a chamuscarse. Ah, se me olvidaba, con un aval no menor a 350 millones de euros.