Diario de León

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Rosas en la tumba de Poe

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COINCIDIENDO con el aniversario de su muerte, en una ceremonia ritual que se repite desde 1949, una sombra misteriosa se desliza por entre las alamedas de piedra del cementerio de Baltimore hasta detenerse frente a la tumba en la que yacen los restos de Edgar Allan Poe. Una vez allí, la sombra nacida de la noche, se inclina sobre la lápida y con la prestada lentitud de un rito misterioso, deposita sobre la piedra tres rosas y una frasca de coñac. Después, desaparece. Nadie ha conseguido averiguar la identidad del misterioso visitante que, desafiando el frío y la noche, nos devuelve el recuerdo del más grande, desgarrado y esencial entre los poetas americanos. Como en las historias que escribía Poe, en ésta hay más de un enigma. Está claro el simbolismo que encierra la ofrenda de rosas, pero no así el de la botella de coñac. Es sabido que Poe buscó en el alcohol el alivio a la melancolía que envolvió su vida en una tristeza sin causa ni olvido, pero no era bebedor de coñac. De ahí que la ceremonia del desconocido de Baltimore añada nuevos pétalos de misterio a tan gótico ritual. Si pensamos en el latido oculto de la noche, quizá podamos entender la osadía del desconocido y su intento de abrir la misteriosa puerta que une los camposantos con el Más Allá. Cualquier lector de Poe sabe del sentido de este tipo de liturgias profanas dictadas por la fascinación que despierta la inquietante belleza, la rara perfección de los relatos y poemas de aquel ángel triste del otro lado del Atlántico. Sería interesante conocer qué opina de todo esto el desconocido oficiante que aguardó el caer de las sombras para acercarse hasta la tumba de Poe en el cementerio de Baltimore.

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