LA VELETA
Aquí ya no hay tomate
QUÉ quieren que les diga: a mí me parece una buena noticia la desaparición de ese programa televisivo que se llama(ba) Aquí hay Tomate . Puedo prometer y prometo que lo he visto, incompleto, un par de veces en mi vida y quedé más que saciado. La zafiedad nunca puede confundirse con el humor, ni la falta de respeto a las personas, a todas las personas, por más que se trate de políticos, tonadilleras, miembros de la Casa Real o personajes públicos varios, que tienen que recibir más críticas que los privados por definición, puede interpretarse sencillamente como desenfado. La libertad de expresión no acoge ni las difamaciones, ni el mal gusto, ni los ataques o la intromisión en la vida privada. Se va el «tomate», que se amparaba en el terror que el programa producía en los estamentos oficiales y oficiosos -no me extraña; a mí mismo también me parecía aterrador-, pero quedan «tomatitos» desperdigados por nuestra programación en diversas teles. Ya sé que la función básica de la televisión, el que fue gran invento del siglo XX hasta que apareció la revolución de Internet, consiste en informar y divertir. También, por cierto, en formar. Muchas veces, la información no merece el nombre de tal, y la diversión se confunde con el cutrerío, la sal gorda, el chisme malévolo que puede causar daño sorteando la legislación -otras veces se incumple claramente la ley, aprovechando la desidia de los perjudicados en acudir a los tribunales-. Y en cuanto a la formación, qué quieren que les diga: que en la mayor parte de los casos, y salvo honrosas excepciones, no existe nada de eso. Confundir el talento con el arte de engañar a la gente es grave, y a veces son las presuntas «víctimas» las que, a cambio de ciertas cantidades de dinero, engañan. Pero más grave aún es disfrazar de moral lo que es, simplemente, inmoral. Creo que el contrato con el telespectador, que existe aunque no esté suscrito formalmente, no consiste en comprometer la audiencia con el sector menos exigente de la ciudadanía. Como procurar el debate entre las ideas no consiste en enfrentar, en tertulias sedicentemente periodísticas, a los más extremistas de ideas diferentes, para que vociferen y, si es posible, hasta lleguen a las manos con el objetivo de alcanzar más «share». Menos mal que parece que, aunque sea lentamente, la audiencia va dando la espalda a estos métodos de irrumpir en nuestros hogares. Bien ido sea el «tomate». Ojalá que no aparezcan (más aún) sucedáneos.