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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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RECORDABA el martes el secretario provincial de CC.OO., Ignacio Fernández, las palabras del líder nacional del sindicato, José María Fidalgo, sobre la «metáfora náutica» en la que los dos grandes partidos del país han convertido la campaña electoral. Para el PSOE el buque del país avanza a velocidad de crucero, para el PP el mar de la coyuntura vapulea la barquita en que se ha convertido España. Para Fidalgo, «secretario general y leonés, creo que por ese orden» (dejaba caer la sobria sorna del líder provincial del sindicato), «al final los que vamos en la bodega del barco somos los trabajadores, remando sea cual sea la dimensión de la nave y atentos a cualquier vía de agua». Explicaciones todas que en esta tierra de agua dulce, y poca, no dejan de sonar a remota marejada. Aquí, temo que igual que en el resto del país, es indiferente que la ola del desquilibrio llegue por babor o por estribor; que la solución se atisbe por proa o por popa o que el viento que gira la botavara sea de poniente o de levante. Lo importante es seguir a flote, y si puede ser sin el mareo que provocan los vaivenes de la tormenta, mejor que mejor. Que estamos en un cambio de ciclo económico no se le esconde a nadie. Y a ninguno pilla de sorpresa: después de cada crecimiento hay un ajuste, y el que ahora nos atornilla venía barruntándose hace tiempo. Otra cosa es la virulencia con la que nos ataque, y esa es la cuestión en la que las interpretaciones están más «documentadas» por el pique político, acentuado por la proximidad de las elecciones, que por la evidencia de los datos. El miedo, todos lo saben, es el principal aliado de la incertidumbre para amalgamar una crisis como Dios manda. Espolear el pánico es una irresponsabilidad. Aunque rente en votos.