Diario de León

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OLVIDANDO la reciente Historia de España y los tiempos en los que monseñor Uriarte (actual obispo de San Sebastián y, en tiempos, de Zamora) actuó de intermediario en los contactos del Gobierno de José María Aznar con la ETA, la Conferencia Episcopal acaba de estigmatizar a los políticos que negocian o han negociado con los terroristas. Siendo monseñor Martínez Camino el portavoz de esta nueva, no cabe pensar que es fruto de la amnesia. El padre Camino, antes de ser promovido a obispo, era sacerdote jesuíta y es sabido que la reserva mental forma parte del aprendizaje de los soldados de esta orden. Los obispos como cualesquiera otros ciudadanos están en su derecho a opinar. De política o del sexo de los ángeles. No comparto la extravagante idea según la cual para hablar de política hay que presentarse a las elecciones (López Garrido dixit). En el caso de los obispos, la púrpura no anula su condición previa de ciudadanos. Cosa diferente es manipular la memoria de las cosas. Si resulta que, ahora mismo, en Colombia y con autorización del Vaticano la jerarquía de aquel país está actuando de mediadora entre el Gobierno de Álvaro Uribe y los terrorístas de las FARC o que la propia Conferencia Espiscopal hace unos años en un documento pastoral hacía votos por la paz cuando los enviados de Aznar a Ginebra (el secretario de Estado de Interior, Martí Fluxá, su jefe de Gabinete, Zarzalejos y el asesor Arriola) hablaban con los dirigentes de la banda terrorista ETA ¿por qué ahora está mal lo que antes estaba bien? ¿Por qué gobierna Zapatero y no Aznar? Cuando hay dos varas para medir, tambien hay doble moral. Mal camino el del flamante obispo.

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