Diario de León
Publicado por
Salvador Gutiérrez Ordóñez
León

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DURANTE ESTA última semana ha saltado a las páginas de la prensa la noticia de las elecciones a decano celebradas en la Facultad de Filosofía y Letras el pasado jueves, día 24 de enero. Como es de rigor en las crónicas, también aquí hemos de destacar que se celebraron en un ambiente de normalidad democrática, propio de una facultad que discurre por los cauces de una envidiable convivencia pacífica desde hace muchos años. A las elecciones se presentaba un solo candidato, el profesor que había representado a la facultad durante estos cuatro años, don Francisco Carantoña. El período había sido sumamente tranquilo, sin subidas ni bajadas de temperatura. Representó de forma muy digna a la facultad en instancias superiores, locales, regionales y nacionales. Por otra parte, sus relaciones con los estamentos del profesorado, personal de administración y alumnos fueron excelentes. Así se esperaba de una personalidad que conjuga criterio, sosiego y bonhomía con capacidad de diálogo. Y así sucedió. Incluso los críticos de estos últimos días lo han considerado como «un buen decano». Muy buen decano, me atrevería a apostillar. Cuando decidió presentarse a la reelección, se vio como una continuación natural de un mandato en el que disfrutó de plena confianza y apoyo y en el que derrochó tiempo, pasión y esfuerzos. De hecho, ni hubo una candidatura alternativa, ni siquiera se observaron movimientos para crearla. Por eso, cuando el día de la votación el actual Decano y único candidato no salió reelegido por la mínima diferencia de un voto, la sensación de asombro, incluso de injusticia, fue mayoritaria. Quienes por causas inexcusables no pudimos asistir nos reprochábamos no haber hecho uso del voto por correo. Quienes votaron en blanco («para que no sea un paseo triunfal») salieron con caras largas. Incluso algunos de los que, por razones puntuales, votaron en contra, reconocían que el castigo había sido excesivo. Y ahora, ¿qué? Ante de avanzar propuestas, creo que lo que procede es realizar una reflexión. Los análisis serenos coinciden en señalar que a los limitados votos negativos de origen y del voto (muy puntual) de descontento con su gestión, se sumó de forma decisiva la coincidencia de dos factores de desarrollo muy reciente: el problemático futuro de algunas titulaciones de la facultad en el nuevo marco europeo y, en menor medida, la postura crítica del profesor Carantoña frente a los fundamentos históricos esgrimidos por quienes deseaban instaurar el día 24 de abril como día de la patria leonesa. En resumen, dos motivos puntuales y recientes han dictado condena contra una impecable gestión de cuatro años. La urna è mobile. Examinemos la consistencia de los litigios. En estos momentos la facultad atraviesa un momento de tensa incertidumbre. Algunas de las titulaciones, aquellas que no alcanzan en estos momentos un determinado número de alumnos, corren en peligro de desaparecer. Entre ellas se encuentran las de Filología Hispánica y de Geografía. El proceso en el que nos encontramos inmersos es ciego y sin norte, por cuanto ni las autoridades del ministerio ni de la Junta han dictado en ningún momento criterios estables y seguros. Esto ha generado ansiedad y nerviosismo propios de un naufragio, donde domina el rumor, la sospecha y donde el aleteo de una mariposa se convierte en huracán. Es posible que en algún insomnio haya surgido el rumor de que el decano no defendía con suficiente vehemencia el mantenimiento de la titulación de Geografía. Esta sospecha fue suficiente para que la mayoría de un departamento votara en contra y para que atrajera a su causa el voto negativo del alumnado. La situación es triste por varios motivos. Primero, porque nace de una sospecha infundada. En todas las manifestaciones, en todas las informaciones de sus actuaciones, el Decano ha dejado clara cuál es su postura: defender la continuidad de todas las titulaciones de la Facultad. Otra cosa es que, apelando a la transparencia y a la responsabilidad, haya expuesto los peligros. Cualquiera de sus titulaciones en causa constituyen hoy para León un bien estratégico que está por muy encima de su momentánea escasez de alumnos. Por un lado, la continuidad de dichas titulaciones no implica mayor gasto (disponen de suficiente profesorado). Por el otro, los departamentos que las sustentan constituyen un foco de investigación de capital importancia para el conocimiento de nuestro entorno histórico, geográfico, artístico y lingüístico. Gracias a la existencia de estas titulaciones han podido robustecerse estos departamentos y han podido generar una inmensidad de tesis, libros y estudios sobre cada uno de los ámbitos que les son propios. Esta es una postura de la facultad que ha quedado clara en las sucesivas reuniones y que el decano ha defendido a machamartillo. Y, si no hubiera quedado clara, se deberían haber exigido aclaraciones antes de dar vida a una sospecha y de haberla inoculado en el sector más débil: el alumnado. Contradicciones de la democracia. En los días en los que se redactaba el Estatuto, Francisco Carantoña fue uno de los máximos defensores de que el alumnado gozara de una representatividad digna en los órganos colegiados de la universidad. Quienes defendíamos esta posición teníamos conciencia de que podrían equivocarse y de que su error podría tener fuertes repercusiones. Pero lo considerábamos necesario para evitar el anquilosamiento de nuestra institución y dar cauce a la nueva visión que siempre aporta la juventud. Considerábamos que atraerlos a la participación constituía una dimensión más en la didáctica universitaria. ¿Que podían equivocarse? También nosotros los mayores. Si la democracia es el menos malo de los sistemas políticos es porque permite la corrección, la rectificación y la restitución. De la segunda de las causas del voto negativo no merece la pena hablar. A un universitario le resulta no solo incomprensible, sino indigno que alguien llegue a votar en contra de un aspirante a Decano por el hecho de haber defendido con argumentos científicos su juicio sobre determinado acontecimiento. Máxime cuando ha podido evitar un ridículo histórico a nuestras instituciones. Y ahora, ¿qué? Sólo hace falta abrir los ojos y ver que en estos momentos de transición la facultad necesita de alguien que se mueva con seguridad en el laberinto terminológico, conceptual y administrativo de la reforma; necesita de una persona respetada que haga llegar ante instancias más altas y ante la sociedad nuestra voz (sin voces y sin estruendo), de alguien que sepa tratar con equidad a todos los estamentos (profesores, estudiantes y personal de administración). Como reza un gran principio empresarial, la solución siempre está al lado. Entre todos hemos de animar a Paco para que presente de nuevo su candidatura. Lo ocurrido ha sido un simple incidente, uno de esos pequeños fallos de la democracia. Y, como decía Al Smith, «los males de la democracia se pueden resolver con más democracia».

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