Diario de León

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LAMENTO no figurar en ese grupo de compañeros tan entusiastas por principio de la figura de Manuel Pizarro. Tampoco tengo nada en contra: me pareció un buen fichaje, al que la torpeza de los comunicólogos del PSOE ha engrandecido con sus continuos ataques, las más de las veces sin mucho fundamento, gratuitos. Me parece que Pizarro tiene puntos a favor y puntos en contra: entre los primeros, su indudable bizarría, ese aire torero con el que afronta los desafíos. Y su entusiasmo político de neófito. Entre los segundos, me temo que habría que incluir algunas alianzas con los más ultramontanos de entre quienes quisieran escorar al Partido Popular hacia los extremos más radicales. Y sí, no soy el único que ha detectado que en ciertos pasillos de Génova se habla de los turolenses como germen de poder y contrapoder interno. No me extraña que algunos empresarios catalanes le diesen plantón. Pero, unas cosas con otras, admito que me alegro de que figuras descollantes de la vida civil se atrevan a dar el paso hacia la política. Que es mucho más sacrificada, como sin duda habrá comprobado el propio Pizarro, que ahora viaja en los aviones en clase turista y se aloja en hoteles de tres estrellas, como si fuese un mortal cualquiera (en serio: lo digo como lisonja). Y es que este nuevo oficio en el que se mete es muy duro y, además, te pueden venir bofetadas de donde menos lo esperas y también, claro, de donde más lo esperas, o sea, de las tribus socialistas. En fin, bienvenido sea Manuel Pizarro a la vida política de este país tras haber comprobado que hay otra vida (yo creo que bastante mejor) antes de la actividad política. Esperemos que tarde mucho en comprobar que también hay otra vida (aun-que no necesariamente peor) después de la política. Y que su ejemplo, con todo, cunda, porque hace falta savia nueva que enriquezca las filas gubernamentales, las de la oposición y las de los mediopensionistas.

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