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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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NADIE pretende -y nadie podría- silenciar en España a nuestras altas jerarquías eclesiales, por lo que la afirmación del cardenal Cañizares de que «la Iglesia no callará, aunque esto le traiga juicios falsos e injustos», no nos acerca al heroísmo de los primeros cristianos ni al de tantos mártires por el maravilloso delito de haber predicado en circunstancias adversas a Jesús de Nazaret. Al hacer pública su orientación del voto, procurando ahuyentarlo de ciertas opciones políticas, las altas jerarquías de la Iglesia española han producido algún asombro en el sector menos acomodaticio de sus fieles, desacostumbrados a que las autoridades de la Iglesia se impliquen de lleno en las tensiones políticas. Hasta un católico de raigambre como el líder castellano/manchego José Bono, amigo personal de varios purpurados, se ha visto precisado a decir, refiriéndose a la Conferencia Episcopal, que veinte obispos no son la iglesia universal, es decir, católica; son simplemente veinte obispos. Y varios teólogos seglares, y no sólo José Tamayo, secretario de la Asociación Juan XXIII, lamentan esta incursión tan directa de nuestro episcopado en nuestra política. El presidente de la Conferencia y obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, también ha dicho que la polémica despertada por el documento orientativo del episcopado ha sorprendido en la cúpula eclesial e, intentando no echar más leña al fuego, añadió que «el Evangelio no se identifica con ningún proyecto político», frase que abre una gran variedad de interpretaciones. Conviene en estos casos diferenciar la obligación evangelizadora de todos los cristianos, incluidos obviamente los obispos, y la estrategia política episcopal, por mucha carga de valor moral que contenga, como en este documento que tanto ensalza el derecho a la vida y el respeto al matrimonio, institución que casi antropológicamente ha venido regulando las relaciones humanas de emparejamiento. El documento orientativo del voto que tanta polémica ha levantado vendría a ser la rúbrica del episcopado a su oposición político/confesional al Gobierno durante la legislatura. Y ello recuerda, dada la complacencia del Vaticano en la mayoría más activa de nuestros obispos, la reacción de Francisco Fernández-Ordóñez, ministro de Justicia con la UCD, cuando el nuncio le transmitió el alto grado de oposición vaticana al divorcio, en vías entonces de tramitación parlamentaria. Ahora ha cursado el Gobierno español una suavísima protesta al Vaticano por esta incursión de los obispos en nuestro problema terrorista, sin que el arzobispo Cañizares parezca haber recibido consigna de moderación, lo que nos lleva a preguntarnos si algún otro episcopado europeo dispondría del apoyo vaticano en su oposición política a su Gobierno. Cuando el nuncio presionaba a Fernández Ordóñez contra el divorcio, el ministro le preguntó: «¿usted hablaría en estos términos al ministro francés?». Y el nuncio respondió: «Pero España no es Francia». Y ese momento, levantándose para dar por finalizada la entrevista, Fernández Ordóñez apostilló: «Y España no es Biafra». Tal vez convendría que nuestro embajador en el Vaticano se atreviera a decir a algunos purpurados de Roma que España sigue sin ser Biafra.