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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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NO ESTÁ bien discutir con los difuntos y menos para llevarle la contraria a un colega. El Papa Benedicto XVI, cuya vida guarde Dios muchos años, acaba de rebatir la consoladora idea de Juan Pablo II, que nos dijo que el infierno no es «ningún lugar físico». No están de acuerdo sobre la Guía Michelín de Ultratumba. El Pontífice asegura no sólo que el infierno existe, sino que no está vacío. ¿Cuál de los dos está mejor informado? Sospechamos es que uno de los dos no está en lo cierto. Menos simpática es la teoría de Benedicto XVI. ¿Cómo imaginar que el Sumo Hacedor, infinitamente misericordioso, puede castigar a algunas de sus pobres criaturas para siempre? La palabra siempre no nos entra en la cabeza, ya que se sale del reducido predio de nuestro cerebro. Todavía si en el infierno entrara algún bombero, podía ser más tolerable esa estancia. Condenar a alguien para siempre y sin esperanza, una vez terminada la comedia de la vida, es, con permiso de Dante, una crueldad terrorífica. Ni siquiera Jack El Destripador merece un inverso programa de festejos de semejante duración. ¿Para siempre? ¿Qué es siempre? ¿La eternidad más una semana? Abolido el Limbo, donde sólo habitan los que se creen las promesas de los líderes políticos en los periodos electorales, Juan Pablo II nos dijo que el Purgatorio es un estado provisional de purificación, lo que hacía suponer más llevadero el alojamiento, pero Benedicto XVI se muestra implacable. Está convencido de que «no todos nos presentaremos iguales ante el banquete del Paraíso», o sea que habrá algunos que harán el papel de camareros y otros que no tendrán silla. Tiene guasa la cosa. A todo esto, sería interesante conocer la opinión de Dios, que es la única que vale, pero Dios no suelta prenda.