EL MIRADOR
Contra la globalización, los Balcanes
KUNDERA se lamentaba de la caída del imperio austrohúngaro, que cohesionó Centroeuropa, y, en su día, los turcos se lamentaron muchísimo de la pérdida del suyo, que cohesionó los Balcanes hasta que los albaneses de Kadaré, los búlgaros de Ivan Vazov, los griegos de ellos mismos o los yugoslavos que luego remendó Tito, los devolvieron a Asia. Pasado el tiempo, se desmembró también el complejísimo imperio de andar por casa que había formado Tito y se desunió la la Unión Soviética mientras, entre otras cosas, Alemania aprovechaba los restos y la superstición de la sangre para reunificarse. Cuando prácticamente nadie, fuera de sus propios habitantes, se acordaba de lo que representaba, se ha independizado Kosovo, un vestigio de otra época, un corazón albanés destrozado, o eso dicen, por Serbia. Las Naciones Unidas, y la comunidad internacional, han guardado sobre ella un protectorado de medias tintas desde 1999. Por seguir con la literatura, el escritor Peter Handke ha sido el único suficientemente incorrecto para criticar a los kosovares y tomar partido por los serbios de Karadcic, acosados por el Tribunal Penal. Ningún periódico decente se ha tomado en serio a Handke, que fue niño prodigio y hoy es un apestado. En el pasado, Serbia (la de Ivo Andric, no la de de Milosevic) edificó un socorrido paisaje sentimental, pero el paisaje llegaba hasta Moscú, ciudad harto sospechosa. El país de Putin sigue siendo su valedor y naturalmente se opone a la independencia de Kosovo. Quienes encuentren ridículo que se aduzcan citas literarias, pueden conformarse con la opinión formada que extraen de los títulares de sus periódicos favoritos. En virtud de esos titulares creemos, como se teme Handke, que los serbios son bestias apoyadas por Putin y que los kosovares se merecen la independencia. Se la merecen mucho más que los flamencos o los catalanes, como se teme el gobierno español, que duda en reconocer al nuevo estado, y mucho menos que los chechenos, cuya independencia rechaza Putin y que, pese a ser musulmanes ocasionalmente violentos, gozan del favor pasivo de todos los que defendieron a Bush como medicina contra Bin Laden. Es complicado pero es la doctrina oficial. Antes que nada, los Balcanes son el lío mental al que cada pueblo contribuye al mantener una imagen sentimental de sí mismo. Esta imagen es pavorosamente simple y pavorosamente agresiva. Si a las imágenes sentimentales y la simpleza de la propaganda, les unimos cuestiones tangibles como el trazado de los próximos oleoductos -procedentes de Rusia, de Irán o de un país tercero en discordia- y la trayectoria de las previstas subvenciones occidentales, el lío patriótico está servido y cualquier vecino se convierte en peligroso. A todo esto, lo más curioso es que los pueblos más absortos en su nacionalismo elijan siempre como vecinos ideales a naciones lejanas. Serbios, kosovares, pero también flamencos, catalanes o vascos, repiten hasta aburrir que no soportan a las etnias que les han adosado la geografía o la historia, pero que se llevarán de maravilla con los alemanes, los suecos o los franceses. Incluso aceptan reunirse con sus odiados vecinos próximos, aunque tiene que ser en Bruselas.