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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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ANOCHE iba a entrar el presidente Zapatero, un político gentil (es decir, no creyente, según el lenguaje confesional cristiano) en la Nunciatura madrileña para tomar un caldito, derivado mas tarde hacia una cena relativamente frugal, con el Nuncio del Estado vaticano, monseñor Manuel Monteiro de Castro, tras unas semanas de tensión entre el gobierno de España y los altos purpurados españoles. El apoyo ostensible de la Santa Sede a la actitud de nuestra Conferencia Episcopal frente al ejecutivo socialista, de querencias evidentemente laicas, se ha reabsorbido por la sociedad, tras un breve repunte anticlerical en los sectores más liberales, como un incidente más bien anacrónico a estas alturas del nuevo milenio. Pero en ningún momento se ha abierto paso el antiguo anticlericalismo, que se estrellaría hoy en día ante el compromiso rotundamente cristiano de la mayoría de los clérigos y los fieles católicos. Los españoles, incluso los más jóvenes venidos al mundo en plena democracia, saben que a las máximas autoridades de la Iglesia siempre les ha gustado mandar, por lo que su actual marginación de la política y obviamente del Parlamento, en cuya versión orgánica del franquismo ocuparon varios escaños, requeriría tal vez un período más largo de adaptación. Para esa adaptación definitiva y sin altibajos sería conveniente que en las relaciones Iglesia-Estado no se planteara el problema de la financiación, asunto que arranca de la desamortización de Mendizábal y se prolonga indefinidamente. A finales del año pasado, el Estado accedió a dar más dinero a la Iglesia, un 0,2% más de lo que dedican los contribuyentes en sus declaraciones fiscales a la Iglesia. El gobierno socialista ha aceptado que la asignación tributaria que se destina a la Iglesia católica pase del 0,5% al 0,7%, y en vísperas de las Navidades pasadas expresó el Vaticano por medio de su Nunciatura en Madrid que ese aumento le parecía satisfactorio y suficiente. Pero es falsa la creencia de que el dinero tapa bocas, porque nuestro Episcopado ha inaugurado el nuevo año terciando en la precampaña electoral y no a favor del Gobierno sino más bien de la oposición conservadora, hacia la que habría intentado canalizar el voto de sus fieles. En su declaración orientativa se adentraban los obispos en la ilicitud de negociar con terroristas, mientras alguno de ellos, por libre, sugería que ciertas medidas del gobierno hacían peligrar la democracia. En fin, una tormenta, buena tormenta, que parece estarse sofocando.