Diario de León

TRIBUNA

Cuéntame una historia, abuela

Publicado por
JOSÉ ANTONIO LLAMAS
León

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-Cuéntame una historia, abuela. -Siglos ha que con gran saña / por esa negra montaña / asomó un Emperador. / Era francés, su vestido / formaba un hermoso juego / capa de color de fuego / y plumas de azul color. -¿Y qué pedía? -La corona de León. Bernardo el del Carpio un día / con la gente que traía: / ¡Ven por ella! / Le gritó. Nada más lejos de la imaginación infantil, aquella que por los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, gustaba de los romances de los héroes, nada más lejos, digo, que admitir la perversa realidad de que aquellos tal vez no hubieran existido. ¡Tales eran las hazañas que se contaban y cantaban en aquellos romances nuevos! ¡Y tal el ultraje que sobre los héroes había ido tejiendo el tiempo! Uno de aquellos personajes era Bernardo del Carpio, el sobrino del Rey Casto (Alfonso II) y, lo que por entonces no sabíamos, hijo de los desdichados amores de Jimena, hermana del rey de Oviedo, y el conde San Díaz de Saldaña. Como tampoco se nos alcanzaba que pudiera haber nacido en Asturias, vivido en León, tener castillo en Salamanca, y ser enterrado en Aguilar de Campoo. Vuelve ahora hasta nosotros la hidalga figura del caballero con motivo de que, en Oviedo, la Fundación Gustavo Bueno, le haya dedicado todo un congreso de tres jornadas, a primeros de este mes, con el fin de esclarecer en lo posible las andanzas del caballero. -Sígueme contando, abuela. -Salió el mozo leonés. / Bernardo salió y luchando / a todos los fue matando / y hubiera matado a cien. De Don Bernardo no sabemos nada y lo sabemos todo, ya que, al parecer, son muy escasas las noticias que permanecen. El interés por él es, pues, el interés por lo irreal, por lo desconocido, por el mito. Porque tampoco existirían Sísifo, ni Ulises, y ni siquiera los dioses del Olimpo; pero de sus andanzas ha vivido la cultura de Occidente tantos siglos que hasta nos parece haberlos visto entre nosotros algún día. Sin embargo lo que la abuela de la infancia cuenta es una «historia», no es un cuento, ni un romance. Es la hazaña singular de un aguerrido mozo, nacido entre nosotros, enfrentándose a su desgracia y, simultáneamente, a la flor y nata de los héroes extranjeros, a uno de los cuales, Roldán, el de Doce Pares, Roldán el indestructible si no era por la planta de los pies, levanta y estrangula en un terrible abrazo que provoca el entusiasmo del mismísimo Don Quijote, la utopía de Cervantes, ese otro mito de lo nuestro. Pero no para en eso nuestro Bernardo. «mito fundacional», «héroe fundacional de España». Con estas enardecidas loas consagran los congresistas en Oviedo a este héroe «leonés», sobrino del rey de Asturias, y con castillo al pie del Tormes, a pocas leguas de Salamanca. Y es que su gesta, si es que la hubo, puso en jaque, por una parte al por entonces Emperador del Sacro Imperio, y por otra a su propio y real Tío, descubriendo las ocultas intenciones de este de someterse al yugo del Rey de Reyas al que colmaba de riquezas. No sería, sin embargo, esta gesta «política» la que motivaría al gran Lope para hacerlo protagonista de una de sus tragedias, «El casamiento en la muerte», sino el que fuera su desgracia íntima: la de haber venido al mundo fruto de unos amores desgraciados. Y esta «lado humano» es el que sitúa a Bernardo en el Olimpo de los Héroes entre los que pudiéramos llamar modernos: los perdedores, los idealistas, los utópicos. Aún más idealista que el Cid, quien, al fin y al cabo, llegara a vice-rey de un reino. ¿Pude considerarse, como aseveran los doctos congresistas, que es Bernardo el héroe español más olvidado? Y, de ser así, ¿qué culpa tendría en ello, si es que tiene alguna, el hecho de que su enfrentamiento fuera precisamente con el «Emperante», un francés, un constante amigo-enemigo nuestro? No tenemos noticias que en la Edad Media se estilase la expresión de «Lo políticamente correcto» y que, fuera por no serlo, por lo que cayera sobre Bernardo la losa del silencio. Lo que sí parecería probado es, a tenor de los estudios actuales, que acaso su tozudez y su esforzada espada fueran lo que nos libraron de caer bajo la órbita de los francos. -¿Se acabó la historia, abuela? -Allí, con fierra arrogancia / los Doce Pares de Francia / también estaban, también. / Eran altos como cerros / valientes como leones / cabalgaban en bridones / sin igual en el correr. Parece, como ha probado Don Vicente José González, que fue en la segunda batalla de Roncesvalles (la primera ocurrió el 15 de agosto del 778) el 16 de junio del 808, cuando nuestro héroe, al mando de una coalición de vascones y sarracenos de Zaragoza, persiguió a la retaguardia del ejército del de la Barba Florida, y se abalanzó, en lucha singular, contra Roldán, el sobrino querido del Emperador, al que de nada la valió que sus vasallos hicieran sonar insistentemente su Olifante, en medio de las quebradas del Pirineo. -De entonces suena en los valles / y dicen los montañeses. / Mala la hubisteis, franceses / en esa de Roncesvalles. No faltarán asturianos que propongan el 16 de junio de este 2008 como fecha apañada para celebrar por todo lo alto el más que milenario centenario de aquel evento. A los leoneses, como ya nos lo han quitado casi todo, nos queda viajar a Asturias para enterarnos de cómo le va yendo a nuestro héroe en este siglo sin romances y sin héroes. No parece Bernardo del Carpio ningún mal símbolo o patrono, pues que lo es de los perdedores natos, fieles, honrados, dignos, valerosos, pero incapaces de defender el honor y la vida de sus padres, para los leoneses de hogaño. Ni mal tiempo este para repetir el romance nuevo de Roncesvalles que, en nuestra dorada infancia, contaba la abuela. Aquí y ahora todo un congreso dedicado al héroe leonés. Pero en Oviedo. -Sigue con la historia, abuela. Diz que dice un viejo archivo / que no quedó un francés vivo / después de la horrenda lid. / Y así debió ser, pues vieron / al sol de esos horizontes / muchos huesos en los montes / y muchos buitres venir. Parece ser que ya por entonces nuestros vecinos se holgaban en proclamar: «ya no hay Pirineos» aunque solo el Rey Sol, abuelo de nuestro Felipe V, pudo expresarse en aquellos términos, si bien con la boca pequeña. Pero nosotros siempre tendremos un Bernardo, o un Cid, que nos mantenga entretenidos en medio del infortunio. Es lo que hay. Y es lo que somos. -¿Y el Emperador, abuela? -Huyó sin un hombre luego / la capa color de fuego / rota y sin plumaje azul. / Bernardo del Carpio torna / a León, y tras la guerra / al poner el pie en su tierra / lo aclama la multitud. ¡Qué de alegrías! En verlas gozaras tú.

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