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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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SERÁN DOS LOS debates que finalmente retransmita en señal libre la Academia de la Televisión entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, pero igual daría que fueran siete o ninguno: como mucho, asistiremos a un duelo dialéctico, pero en ningún caso a un debate verdadero, pues faltarán en el plató los que aspiran a representar a los millones de españoles que no votarán al Partido Socialista ni al Partido Popular. Diríase que en el actual diseño electoral el resultado de los comicios del segundo domingo de marzo es cosa sabida de antemano (o uno, u otro), mucho más incluso que en el fútbol, donde de vez en cuando se dan marcadores sorprendentes, y el Real Madrid, por ejemplo, puede perder contra el Baracaldo, el Écija o el Pontevedra. Sin embargo, esa misma polarización bipartidista, que «garantiza» una cosecha de votos similar para el Partido Popular y el Partido Socialista, deja al arbitrio de otros partidos menores (Izquierda Unida y los nacionalistas) la clave de la gobernación, por lo que la participación de éstos en unos debates con tantas ínfulas institucionales como los que va a organizar la Academia de la Televisión (a la que, por cierto, ya se le ha encontrado algún uso), es no sólo deseable, sino fundamental para que esos debates sean debates, y no sólo la pugna sobrada y narcisista de dos grandes partidos, de dos grandes empresas casi, para cautivar a la audiencia. Mariano Rajoy y José Lusi Rodríguez Zapatero, por lo demás, ya hablan todos los días, dirigiéndose mensajes, réplicas y contra réplicas desde sus respectivos mítines de campaña, de modo que el juntarles físicamente en un estudio de televisión para que no se escuchen, que es lo que solemos hacer los españoles cuando debatimos, resta antes que suma interés a su diálogo, por llamarlo de algún modo. Dos debates, pues, para averiguar únicamente quién ha estado mejor, más lúcido, más incisivo, más desenvuelto, más sereno, que no para desentrañar el guiso político que se cocina con el concurso de otros cocineros, que es el que, al final, nos tendremos que comer todos los ciudadanos de este país.

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