FRONTERIZOS
Cien
ERA UNA POBLACIÓN con un solo puente, que en su solidez evocaba su pasado medieval. Había otro, aguas abajo, todavía reciente, por el que pasaban trenes humeantes dispuestos a emprender el terrible ascenso del Manzanal o que cargaban maletas humildes, más bien vacías, que iban a embarcar a Vigo hacia el otro lado del mar, buscando saciar el hambre. Era una población de familias (pocas) que tenían hijos (muchos) y apellidos que a duras penas han logrado sobrevivir. Era una población más bien tirando a pobre que tenía un teatro (casi privado), una alameda (pública) y un castillo desvencijado al que le dedicaban los poetas locales odas muy sentidas para compensar las meadas de los asnos en sus venerables muros. Era una población que tenía comercios oscuros y mercados bulliciosos y bailes de salón los domingos y juegos florales en las fiestas de la que iba a ser Patrona. Incluso tenía la población una pequeña burguesía ilustrada que leía la prensa de Madrid y dibujaba reformas que acababan volatizadas como el humo de sus cigarros en los salones mullidos. A aquella población llegó el 4 de septiembre de 1908 un mensaje del rey Alfonso XIII, que lucía sus vigorosos 22 años en la playa de la Concha, ajeno a un país que se estaba yendo a la mierda, comunicándole que le había concedido el título de Ciudad coincidiendo con la coronación de la Virgen de la Encina como Patrona del Bierzo. Cien años y seis puentes después, los jóvenes beben cerveza en botellas de litro a los pies del castillo, el humo de sus cigarrillos da risa y Ponferrada se dispone a celebrar un centenario que deberá ser el de los ciudadanos que aman, comen, trabajan y sueñan en sus calles.