AL TRASLUZ
Arriba el telón
EN ESPAÑA, la rivalidad entre partidos está condicionada por lo que podríamos llamar la teatralización de la discrepancia; haberlas, haylas, pero se exageran para hacer más claros los mensajes, es decir, más maniqueos. En fútbol las inquinas entre aficiones son rotundas, aunque muy diferentes a las que se dan en la política. El madridista y el culé teatralizan sus respectivas fobias, pero admiten que la verdad la determinan los goles; incluso pueden elogiar la calidad del rival, ser críticos con los propios. En cambio, los políticos exageran sus diferencias porque las escenifican para los medios de comunicación afines. Algunos son actores sobrios, los más sobreactúan; pocos se esfuerzan en que sus palabras reflejen algo más que un guioncillo. Cuando el PP acusa al PSOE de ser débil ante ETA está representando una discrepancia ficticia, pues saben que no es así, pero se dirigen a un público cómplice que lo aplaude. Mal teatro de buenos bonísimos y malos malísimos. Cuando los socialistas afirman que Rajoy es un reaccionario, y saben que no lo es, también escenifican deliberadamente un peligro irreal. Y es que una discrepancia verdadera exige cierta dedicación, aunque sólo sea el tiempo llegar a ella, de reflexionarla, en cambio, las ficticias pueden improvisarse, están siempre ahí, como la calumnia que es muy socorrida. ¿Dos españas? Puede, pero no una del PP y otra del PSOE; aquí, todos somos un poco mortadelos y filemones, pero a la vez. Es imposible que Blanco y Zaplana no coincidan en algo. Cuando la discrepancia de los políticos es real y no mero sainete faltoso es entonces cuando la obra adquiere verdadero interés, pues la sociedad advierte alternativas distintas para un mismo hecho. Si todo es teatro que sea con un buen libreto.